Refinado acercamiento a un amor histórico
Sorprende este refinado acercamiento a un amor histórico, contado desde que tembló San Juan hasta que vibró Plaza de Mayo, y pautado en tres capítulos: el amor, el odio (los resquemores de Campo de Mayo), la revolución. Con esta obra, la realizadora Paula de Luque se coloca hoy, por derecho propio, casi al nivel de Leonardo Favio. A él, justamente, le dedica el esfuerzo, y de él sigue también algún recurso de diálogo amoroso en off, momentos íntimos de simple quietud, el manejo de sobreentendidos, la argentina pintura de rostros y ambientes, y otras cositas aún más inefables. Pero lo suyo no es imitación, sino absorción y coincidencia de espíritus, una virtud de pocos.
Algo similar ocurre con Osmar Núñez. El no imita a Juan Perón, sino que parece haber absorbido y encarnado su mirada, la forma de poner los brazos al sentarse, y otros varios detalles, pero no como imitación, sino interpretando además la evolución de su personaje, que en ese momento se estaba construyendo a sí mismo. Obsérvese, al respecto, el modo en que Perón lee un discurso al comienzo, y el manejo de los tiempos con que responde (y se impone) a su superior, en el final.
Más espinoso es el trabajo de Julieta Díaz componiendo a Eva Duarte desde antes de ser rubia, abanderada de los humildes y mujer del líder. La que aquí vemos es todavía una actriz ocupada en sí misma, que se hace un lugar junto al hombre en ascenso y empieza a mostrar las uñas de diverso modo, y a veces de muy mal modo. Tenía carácter fuerte, ya se sabe, y Díaz no la tiene tan fácil como parece.
Detalle destacable, en esta película Eva Duarte no hace el 17 de octubre, ni siquiera interviene. Lástima que tampoco lo haga Cipriano Reyes, que ni figura mencionado. Puede reprocharse esa omisión, dos números artísticos ajenos a la época, una radio que transmite apenas encendida (entonces las válvulas tardaban en calentarse), la mala elección de un rol (el actor es bueno pero no le da el físico) y una chicana innecesaria donde aparecen remarcadas las siglas de la Rural y dos partidos políticos actuales.
En cambio, los méritos son muchos. La autora se acerca a sus figuras con admiración pero sin endiosamiento, pone diálogos interesantes, crea buenos climas de seducción, intriga, y finalmente de épica, y sabe comandar un notable equipo de artistas y técnicos (Iván Wyzsogrod, músico, Alberto Ponce, editor, Rodolfo Pagliere, director de arte, etcétera). Además, algo que sólo ella podía hacer: releva con inteligencia el papel de las otras mujeres de Perón, entre ellas la protegida, la cuñada del primer matrimonio, y la poeta uruguaya Blanca Luz Brum, que le hacía los discursos y, según dicen, cuando meses después vio pasar a Perón y Eva rumbo a la Rosada, murmuró «era yo la que tendría que ir en ese auto». Un personaje muy interesante, el mismo de «El mural», digno de otra película.