La opera prima de Martín Shanly es un inquietante retrato de una niña de doce años, llamada Juana, de buena posición económica que va a un colegio bilingüe privado de la zona norte y en el que le va mal: no estudia, no retiene nada, no tiene buena relación con sus compañeras, es totalmente apática, no presta atención en clase y parece tener claros problemas de aprendizaje. ¿O se hace?
Bajo la apariencia más o menos convencional de un retrato de una niña, su colegio y su familia somos testigos casi de una disfrazada película de David Lynch: ¿tiene la niña problemas de aprendizaje o está poniendo en juego ahí –“llamando a atención”, dirían padres y maestros– una serie de conflictos familiares y personales? ¿Hace algo la escuela por resolverlo? ¿Y la madre? ¿Se ocupa o pretende ocuparse y en realidad no es otra cosa que la versión adulta de la misma Juana? ¿Y el ausente padre? ¿Qué hay con él?
La vida cotidiana de Juana en la escuela y en su casa, entonces, es lo que cuenta en primer plano esta película. Por debajo de ese nivel de lectura aparece un retrato bastante cruento de conflictos entre padres e hijos, de instituciones bastante inútiles para analizar y tratar esos temas y de preadolescentes “zombies” que externalizan sus conflictos mediante una irritante apatía y actitud de todo-me-da-igual que resulta por momentos bastante desesperante. JUANA A LOS 12 es una disimulada película de terror, de uno que no se expresa claramente y que por eso mismo asusta mucho más.