Juana a los 12 es la ópera prima de Martín Shanly (proveniente de la cantera de la FUC) sobre una historia algo genérica acerca de una niña que no quiere o, mejor dicho, no puede encajar en un sistema. ¿El sistema? Es una escuela bilingüe del conurbano bonaerense, en la que los niños son explotados de alguna manera con una sobrecarga de actividades (de por sí la escuela bilingüe -como institución- la genera) y la protagonista, Juana, decide abstraerse de este mundo. Sus escapes la llevan a buscar amistades basadas en el ocio, en algún dejo de rebeldía y cierto interés en juegos de niños más pequeños, como lo marca el inicio en el que intercambia figuritas de Frutillitas con una niña de varios grados inferior al de ella.
Si bien Shanly busca abrir el espectro para señalar culpas en la docencia (cabe aclarar que el colegio es católico y la docente más despreciable es la de Catequesis), no sólo en la formal sino también en la domiciliaria (grotesco y grueso personaje el de la maestra particular), la mirada sobre la cotidianeidad de Juana, como un bicho raro y parco, es la que predomina. Dentro de la vida diaria de la preadolescente la figura materna aparece algo apagada, mientras que la paterna sólo se hace presente en un momento onírico (probablemente lo mejor del film). Algunas recurrencias del cine de Wes Anderson, como los paneos violentos para encuadrar personajes en idas y vueltas de la cámara y los títulos con reminiscencias vintages propias del director de Rushmore, confunden, y así la historia de esta niña desinteresada por absolutamente todo se pierde entre el virtuosismo formal y el señalamiento múltiple de culpables sobre su situación particular.
El mayor problema que se le presenta al director es el direccionamiento de su estrategia narrativa, si apostar por la crítica a los modos académicos de enseñanza o por explorar el particular mundo de su protagonista; la subjetividad preadolescente en el arduo tránsito del “hacerse grande”. Hacia el final llega el mencionado segmento surrealista y la frase más interesante: “Como que ya no controlo mis ideas, ahora las ideas me atacan”, una declaración que parece más el punto de partida y no el desenlace.