Sandra Godoy emprende el retrato de Juana Ruoco Buela, en su pluma, en la voz que atraviesa varias generaciones y en su legado, para permitirse establecer puntos de contacto con los movimientos, la lucha por los derechos y las reivindicaciones que persiguen, hoy por hoy, otras “Juanas” que tomaron la posta y siguieron su proceso, con un diálogo que parece no tener tiempo y que sigue construyendo un puente desde ese pasado con proyección hacia el futuro.
Godoy logra dar con el tono indicado para ir enhebrando el relato de esta militante anarquista que frente a la posibilidad de hacer escuchar la acallada voz de las mujeres, participó tanto de la huelga de los inquilinos (en 1907, excelentemente retratada en las historias de la obra teatral “La huelga de las escobas” de Patricia Suárez – Mónica Ogando y Roxana Aramburú) y en la de los Talleres Vasena en 1919. El retrato es a la vez su propia historia pero se agiganta como forma de dar reconocimiento a aquellas inmigrantes que llegaron a nuestro país allá por los inicios del siglo pasado, y rompiendo con todos los estereotipos y los mandatos de la época, fueron imponiendo nuevos status quo y aún con muy pocas herramientas formales, sin estudios universitarios ni posiciones sociales privilegiadas, comenzaron a construir una búsqueda de justicia y equidad para el colectivo femenino.
La potencia de algunas entrevistas -sobre todo aquellas que presentan una mayor emocionalidad y que muestran a Juana no solamente en su faceta de luchadora infatigable por los derechos de la mujer sino en un entorno familiar o en su faceta creativa en sus momentos de escritura-, pierde fuerza por algunas decisiones de la puesta. Godoy, a fin de relatar la historia de Juana, incluye fragmentos de animación con la voz en off de la excelente Mónica Cabrera (que en esta oportunidad no suena armoniosa con el relato y la propuesta general del filme, sino que más bien distrae y hacer perder fluidez a los testimonios) que no ensamblan ni guardan coherencia con el tono del relato, rompiendo el clima y dejando un sesgo algo escolar que no favorece a la propuesta.
Sin embargo, es posible rearmar ese rompecabezas caleidoscópico de las múltiples Juanas que vivían en Rouco Buela al mismo tiempo y que, poco a poco, van sentando las bases de aquella idealista, feminista de vanguardia que ha allanado el necesario camino, tan imprescindible para que hoy la lucha continúe y se haga cada vez más fuerte en cada una de las mujeres militantes que tiñen de verde cada marcha sosteniendo, entre tantas otras cosas “Somos las nietas de las brujas que nunca pudieron quemar” “Vivas nos queremos” “Ni una menos” y tantos otros pedidos para una sociedad, que aún con sus cambios y sus progresos, sigue siendo refractaria a muchos de los pedidos de justicia e inclusión de cada uno de estos movimientos.