Cuando era un simple estafador y ladrón de autos que se hacía pasar por agente del FBI para salirse con la suya, Bill O’Neal (LaKeith Stanfield) no tenía mucho interés por la política. Quizás nunca lo hubiera tenido de no ser porque, cuando finalmente es arrestado, el agente Roy Mitchell (Jesse Plemons) lo extorsiona para infiltrarse en la sección local de Las Panteras Negras y actuar como informante del FBI a cambio de no ir a la cárcel.
Su objetivo principal es mantener bajo vigilancia a Fred Hampton (Daniel Kaluuya), un joven líder carismático de Chicago que acaba de ser nombrado presidente de la sección de Illinois del Partido de los Panteras Negras y que tiene un gran futuro como referente social y político de la comunidad negra a nivel nacional. Para el FBI es una gran amenaza no solo por su lucha antirracista y por los derechos civiles, sino principalmente por su discurso abiertamente socialista y revolucionario en plena guerra fría con la Unión Soviética.
Sin mucho margen para negarse, pero también tentado por las recompensas económicas que le ofrece el FBI, Bill asciende rápidamente dentro del partido hasta convertirse en un hombre de confianza de Fred y encargado de la seguridad de toda la sección, una posición de privilegio desde donde oficiar como informante y saboteador de las actividades del partido.
Es una actividad tan lucrativa como riesgosa, pero además poco a poco Bill comienza a poner en cuestionamiento sus lealtades al generar vínculos reales con la gente que está espiando al servicio de un gobierno que también lo oprime a él.
Judas y el Mesías Negro revolucionario
La decisión de nominar ambas estrellas de Judas y el Mesías Negro a los premios Oscar como actores de reparto fue bastante cuestionada, pero hay algo en la propuesta narrativa que parece darle sentido a que ninguno de los dos lograra suficientes votos como protagonista: es que no queda demasiado claro qué historia pretende contar Judas y el Mesías Negro.
Esta película podría haber sido narrada como la historia de Bill o como la de Fred contada desde la perspectiva de Bill. Ambas decisiones hubieran sido igualmente posibles y válidas, llevando a resultados diferentes, pero Judas y el Mesías Negro parece querer ser ambas en simultáneo. Con esa decisión ambiciosa, que no le sale del todo bien, se queda en la superficialidad de ambas.
Los dos personajes protagónicos son interesantes en similar medida y ambos dejan la sensación de que tenían bastante más para contar que lo que finalmente ofrece Judas y el Mesías Negro, especialmente Bill y los conflictos que le genera estar traicionando a los Panteras, por más que no tiene una afinidad política profunda con ellos. Ocurre también con Fred Hampton como un líder político capaz de ampliar su mirada por fuera de su comunidad afro y apuntar a problemas estructurales de más amplio espectro, los que incluso son quienes empujan a Bill a cometer su traición.
Es probable que profundizar en este punto hubiera llevado al film a un resultado más interesante pero también más polémico, pues hubiera necesitado hacer aún más hincapié en la mirada de Fred Hampton sobre que el racismo es una parte intrínseca del capitalismo más que un efecto secundario no buscado, el cual puede ser corregido con algunas acciones pacíficas.
Esta “tibieza” es un problema con el que tienen que lidiar muchas veces las películas basadas en hechos reales cuando deben balancear la precisión histórica con el trabajo de contar una buena historia. Para compensar, en general se apoyan en un elenco que pueda darle suficiente carisma a los personajes: es justamente lo que ocurre en Judas y el Mesías Negro, siendo rescatada por el gran oficio de sus dos protagonistas pero también del resto de los secundarios que los rodean, por más que todos aparentan tener diez años más que los personajes casi adolescentes que interpretan.