Judy tiene todas las características de un melodrama: a la protagonista le pasan cosas horribles, impensables, una cantidad tan disparatada de problemas que se precisaría mas de una vida para poder resolverlos (y un espíritu indomable para soportarlos). Los melodramas son ficciones – como las historias de Dickens – pensadas con un propósito moralizante y donde el héroe al final termina de triunfar contra semejante avalancha de obstáculos. Pero Judy – basada en los meses finales de la actriz y cantante Judy Garland – no es un melodrama, simplemente porque la heroína nunca tiene la oportunidad de ganar: solo se autodestruye a una velocidad cada vez mayor y el final de semejante conducta está cantado. Tampoco es una tragedia, porque las tragedias requieren un desarrollo equilibrado de los personajes en una situación pacífica donde, de pronto, cae algún tipo de bomba y la vida de cada uno de ellos se altera de una vez y para siempre.
En muchos sentidos Judy es comparable a Joker, solo que una es una biopic y la otra una obra de ficción, pero tienen esa cosa exagerada, torturante en donde a el / la protagonista solo le ocurren las peores cosas. Ninguno de los protagonistas es una persona equilibrada, así que lo suyo es una espiral de malas decisiones y, la única manera de salir de semejante espiral es tomar una decisión radical. Y mientras que en Joker Arthur Fleck se reinventaba como una persona que encontraba el orgullo y la satisfacción en la violencia, acá la única salida que tiene Judy Garland es la muerte, sea accidental o por suicidio. Y, como en Joker, semejante historias exageradas están marcadas por el tour de force del protagonista: Joaquin Phoenix allí y Renée Zellweger acá, ambos candidatos casi cantados a ganar el Oscar 2019.
Nadie pide de que la biopic de Judy Garland sea un camino de rosas (porque su vida no lo fué), pero pedía cierto equilibrio para saber cómo las cosas se decantaron en semejante situación. En ese sentido hubiera sido mucho mas apasionante – y amargo – enfocar por completo la biopic en los años de juventud de la Garland, especialmente en el rodaje de El Mago de Oz porque allí ocurrieron cosas perturbadoras que el filme apenas muestra en pantallazos rápidos. Hubiera sido mas abrumador ver como la inocencia de una adolescente es devorada por Hollywood (y mas tarde, masticada y escupida), conociendo como llegó a estar una chica de 14 años sola en un set de filmación, custodiada por extraños y acosada por un tipo maduro y amoral al que solo le interesan las finanzas de sus películas y la estética de sus actores (Louis B. Mayer, dueño de la MGM y al que le cabe el titulo de villano despreciable y manipulador) sin saber donde diablos está la familia para protegerla. Hay sugerencias sobre la marcha, pero las escenas ubicadas en 1939 son mucho mas espeluznantes que el show repetitivo de excesos, desmoronamientos y depresiones que tiene reservada Zellweger para el resto del filme.
Esto no disminuye los méritos del trabajo de la actriz, pero si de la historia (o del enfoque del director). A mi nadie me va a vender que la atrocidad que la Zellweger se hizo en la cara hace unos años (sacándose la trompita de Betty Boop del hermoso rostro que tenía) no fue con el propósito secreto de tomar este rol. La Zellweger quiso reinventarse como madura sexy, actriz de carácter y la verdad es que no le sale ya que los años le pasan factura, la voz de nena persiste y se la ve esquelética (hay una serie en Netflix que da prueba de ello). Ahora, adelgazando aún mas para el rol, la Zellweger logró convertirse en una zombie, una figura cadavérica, pálida, con ojos profundamente negros, impresionantes y sin vida, con los mohines de una persona inestable mentalmente y con la actitud de una mujer quebrada por la vida. La Zellweger canta – canta mucho – y si bien es cierto que los cinco temas que entona están vinculados con los sentimientos de la protagonista en ese momento, a veces las cosas se estiran demasiado. Hay Deus Ex Machina – como la pareja gay que va todas las noches a verla y que luego le termina de salvar las papas del fuego – y hay mucho drama repetido.
Pero aún con todo eso, la Zellweger se impone con bravura en la pantalla. Cuando se desquicia, avasalla todo; cuando se quiebra, es conmovedora; cuando canta, es pura furia artística. Pero, sobre todo, te da una sensación muy triste y amarga de una persona a la cual le arruinaron la vida con las drogas y que luego pasó toda su existencia a los tumbos, esperando que alguien la rescatara – como si eso fuera posible debido a sus enormes demonios internos imposibles de extirpar -. Su acto de redención pasa por los dos hijos que tuvo con Sidney Luft, su cuarto marido – curiosamente la existencia de Liza Minelli es ignorada olímpicamente y se restringe a un cameo -, con los cuales hace el sacrificio final de darle la custodia a Luft ya que entiende que su vida está llegando al fondo del abismo. Quizás de entre toda la podredumbre que tuvo que afrontar en su vida – por presiones de los estudios, por la falta de amor sincero, por los vaivenes de la carrera profesional, por la profusión de aprovechadores que le daban vuelta como si fueran moscas – sus hijos fueron lo mas sano de su vida, y aquello por lo cual ella luchó con hidalguía para preservar de la corrupción generalizada de Hollywood. En la escena de la cabina telefónica – donde convence a sus hijos de que lo mejor es quedarse con su padre en Norteamérica – la Zellweger es devastadora porque sabe que ya no volverá a verlos. Y en la despedida final en el teatro inglés – en donde aceptó de mala gana una gira, ya que nadie en Estados Unidos quería contratarla por su inestabilidad personal y artística -, en donde se quiebra cantando Sobre el Arcoiris la Zellweger arrolla con todo, reflejando todo el agotamiento y el dolor, y obteniendo una mínima compensación entre tanta tragedia cuando el público empieza a corear el tema mientras ella se deshace en llanto tirada en el escenario.
Judy es un filme sobre perfomances sublimes, pero no es ni por asomo la versión definitiva y completa de la vida de Judy Garland. Cosa curiosa, comparte puntos en común también con otra biopic – Stan & Ollie – donde individuos en el ocaso creen ver un renacimiento de sus carreras yendo a actuar a Inglaterra. Pero Stan & Ollie era mas completa y satisfactoria mientras que aquí solo vemos a una gran actriz lidiando con la personalidad inestable de una mujer devastada, y buscando desesperadamente algún contexto dramático mas sólido – que el libreto retacea – con el cual desplegar sus alas y poder darle la tridimensionalidad que el personaje precisaba.