Judy

Crítica de Juan Ventura - Proyector Fantasma

Detrás del arcoiris
Con la fuerza arrasadora del tornado que se llevó a Dorothy a la Tierra de Oz llega a los cines Judy, una biopic sobre la vida de la legendaria Judy Garland, ícono del cine clásico de Hollywood de los años 30 y 40, dueña de una voz inigualable y protagonista de El Mago de Hoz. La película dirigida por Rupert Goold (“True Story”) articula un sentido homenaje a una estrella que fue fagocitada, procesada y desechada por la industria, y que sin embargo logró trascender su corta vida (murió a los 47 años) para vivir en el recuerdo del público que tanto la amó.

Si alguien dijera que Judy Garland “nació para ser una estrella” probablemente estaría en lo correcto en el más literal de los sentidos. A los 30 meses de edad ya había debutado en la escena teatral junto a sus hermanas en un grupo de Vodevil llamado “Las Hermanas Gumm” y a los 13 años firmaba un contrato con la Metro Goldwyn Mayer que duraría 15 años. Como fruto de ese acuerdo nacerían un sin fin de filmes exitosos, entre los que se destacan El Mago de Oz (1939), For Me and My Girl (1942), Meet Me in Saint Louis (1944), The Harvey Girls (1946) y Pirate (1948).

Durante ese tiempo, que coincidió con la Era Dorada de Hollywood, Judy se convirtió en una figura aspiracional que condensó los sueños y anhelos de una generación, un talento único que atrajo todas las miradas y le hizo creer a todos que era posible vivir una vida mejor más allá del arcoiris (busquen su versión de la canción Over the Rainbow). Sin embargo, la contracara de ese esplendor fue una vida signada por las adicciones, los abusos de toda índole, la explotación laboral, miedos, inseguridades y un entorno familiar más que complicado.

El filme de Rupert Goold explora con inteligencia las luces y sombras de la diva en su último año de vida cuando dio una serie de conciertos a sala llena en la ciudad de Londres. Allí, pese a que tenía un visible deterioro físico y mental, problemas para dormir y un agotamiento dramático debido a la lucha por la tenencia de sus hijos, su talento seguía intacto, desplegando una voz conmovedoramente poderosa y una presencia más que imponente en el escenario.

Goold demarca con astucia el contraste entre ambas realidades (la del escenario y la de la vida fuera de él) y explora la paradoja del deseo que se daba entre Judy y su público: mientras éste último anhelaba ser como ella y la colocaba en un pedestal de gloria eterna, ella simplemente quería ser una chica normal, como todas las que estaban del otro lado de la pantalla: “quiero lo que todos quieren, solo que a mi me cuesta más trabajo conseguirlo”.

Por otro lado, la película establece una serie de flashbacks a la niñez de Judy en donde vemos el origen de todos sus males. Es allí donde encontramos la crítica al tiránico Sistema de Estudios de la Era Dorada de Hollywood, que vendía sueños y fantasías de realización hacia afuera al tiempo que hacia adentro se regía por los paradigmas más voraces de la eficiencia empresarial, la explotación laboral y el control corporal absoluto sobre las estrellas que ellos mismos construían (y exprimían).

En ese aspecto, el mítico productor Louis B. Meyer termina siendo una de las figuras más decisivas en la película, ya que su influencia sobre la joven Judy Garland (con la que entabla una relación entre paternal, protectora y tirana) es la que le terminan ocasionando todos los traumas, miedos e inseguridades que marcarían a fuego su vida.

El trabajo de Renée Zellweger resulta clave para el éxito de Judy. No sólo por su increíble performance vocal (ella canta todas las canciones de la película), sino sobre todo por su minucioso trabajo de personificación. En ese sentido, su gestualidad cansina, su aspecto demacrado, su mirada agridulce y su presencia actoral en el escenario hacen que el espectador sienta en carne propia el terrible calvario que sufrió Judy en sus últimos meses de vida. El frágil equilibrio que Zellweger le imprime a su personaje genera una tensión insoportable que se sostiene a lo largo de toda la obra gracias al guión de Tom Edge (basado en una obra de Peter Quilter), pero sobretodo gracias a la solvencia y calidad de la estadounidense.

En definitiva, Judy es una gran película que se mueve en el límite de la vida real y la fantasía, entre los problemas cotidianos y los sueños y anhelos de una vida mejor. Un homenaje crudo, sentido y generoso para con una verdadera leyenda que sobrellevó su vida lo mejor que pudo y que dio todo hasta que ya no pudo dar más.

Por Juan Ventura