En conmemoración a los 50 años de la muerte de Judy Garland en 1969, el film titulado ‘Judy’ se basa en el musical ‘El Final del Arcoíris’, de Peter Quilter y estrenado en el Sydney Opera House en agosto de 2005. Como es sabido, lo que más se destaca de este estreno, en la inminente 92º entrega de los Oscar, es la interpretación de la texana Renée Zellweger en la piel de Garland, con quien no comparte ni lugar de nacimiento –la actriz representada nació en el norte de Estados Unidos, mientras que la actriz representante lo hizo en el sur de este-, ni la edad precisa en el momento personificado de la película, pero sí sucede que la primera fue dada a luz en el mismo año del deceso de la segunda.
El aspecto más arduo que atraviesa a una película de este tipo –no necesariamente una biopic, aunque si del momento específico de una vida- es la actuación de la figura que se presenta como sujeto de estudio. Cada actor o actriz visto en esta actividad se balancea sobre una muy delgada línea que separa al éxito actoral de la mímesis, parodia o mero copy/paste de una estrella vanagloriada.
Sin embargo, en el caso de Zellweger se percibe una actuación respetuosa que se emancipa de los gestos comunes por los que ha transitado su carrera. Esto no la posiciona en una labor invisible, en la cual la actriz desaparece por completo para que su presencia no obstaculice el devenir narrativo, sino que, lisa y llanamente, esta aplica todo su artilugio vocacional metódicamente para celebrar la complexión de la personalidad en cuestión, en un contexto de gloria y a la vez culminación trascendental.
‘Judy’ es una coproducción de la BBC y también está dirigida por Rupert Goold, un realizador que tiene a su disposición más trabajos teatrales y televisivos que cinematográficos. Y esto se nota con mucha claridad. El film es esencialmente bello, cada fotograma cuenta con una composición de elementos y colores que danzan con perfecta simetría. A pesar de esto, los dramas familiares en el cotidiano de la protagonista y los complejos de su niñez no terminan de converger, por lo que, de a ratos, la película se abre a ciertas alegorías dispersas.
Por un lado, tenemos al semblante de Louis B Mayer, miembro fundador de la Metro Goldwyn Mayer, que es presentado en el plano secuencia del mero inicio. De entrada, esta es la representación diabólica del ser que le brindó el acceso al “Star-system”, al permitirle el protagónico de la película –no mencionada, pero perfectamente sugerida- ‘El Mago de Oz’. Las relaciones de abuso que se le adjudican a Mayer son comprendidas y sostenidas merecidamente en justificación al ascenso y la debacle de Judy Garland, pero casi que termina por demonizar en su totalidad el rol de los productores hollywoodenses, y por eximir de toda responsabilidad a los actores con respecto a sus estilos de vida. De manera tal que el compañerismo de un productor, como el de Marvin LeRoy para que Garland obtuviera el papel de Dorothy (fundamentalmente por su prodigiosa voz) y desplazara a Shirley Temple del casting, termina por desdibujarse por conflictos morales que no permiten matices.