Judy

Crítica de Mex Faliero - Funcinema

EN LA ENCRUCIJADA

Entre los tormentos que han atravesado múltiples artistas a lo largo de su vida, habría que sumar las películas biográficas que se les dedican, que se han convertido en una regla del cine actual y de intérpretes buscadores de premios. Por lo general tenemos a algún músico o intérprete famoso atormentado por algún episodio de su vida, que ingresa en una espiral autodestructiva sin retorno. O con retorno, si estamos en el tradicional relato de ascenso, caída y regreso con gloria. Todo esto permite que el actor o la actriz de turno se involucren en un tour de force interpretativo, repleto de tics y gestos ampulosos. Y por lo general es una búsqueda en la mierda ajena para el brillo propio. Este año el podio lo gobierna Renée Zellweger con una caracterización mimética de Judy Garland, la legendaria actriz y cantante que fue una niña prodigio del Hollywood clásico, un producto de la MGM que padeció reglas estrictas sobre cómo debía ser su apariencia y que terminó su vida a los 47 años con una sobredosis de pastillas. Judy, la película de Rupert Goold, es (además de un vehículo para el lucimiento de la Zellweger) una suerte de homenaje a esa figura un poco olvidada, pero también un pedido de disculpas formal de la industria cinematográfica sobre las atrocidades a las que somete, en ocasiones, a sus figuras.

Judy, que tiene algunos flashbacks de los tiempos del rodaje de El mago de Oz, se ubica temporalmente unos meses antes de la muerte de Garland, cuando la artista atravesaba un divorcio complicado y enormes penurias económicas, y la posibilidad de realizar una serie de conciertos en Inglaterra aparecían como la promesa de cierta tranquilidad (económica y emocional) en su vida. La Garland de Zellweger es una mujer tensa, siempre con un cigarrillo a mano, maltratando a todos los que la rodean como una forma de autodefensa. Es un retrato que se ajusta al estilo mimético de actuación que sabe ganar premios, pero también es cierto que logra profundizar en aspectos vinculados con la incertidumbre que una estrella vive cuando su fama se ha ido. Hay en algunos silencios, en las miradas de la actriz contemplando todo lo que la rodea, un hastío bien representado de una figura que se sabe destruida por aquello que ahora la obligan a repetir. Si pensamos en la trayectoria de Zellweger, si bien lejos de las recaídas autodestructivas de Judy, hay algo que emocionalmente parece involucrarla con el personaje: una carrera que atravesó la fama mundial y que la depositó meteóricamente en el olvido. Claro que en esa actuación se observan los dilemas de la propia película y, por qué no, del personaje homenajeado: la contradicción entre bucear en las profundidades psicológicas o apelar a la reconstrucción efectista de la mera superficie. Esa encrucijada, que es la de toda biopic, se expone aquí de manera más que deliberada aunque, posiblemente, inconsciente.

La mímesis introspectiva que logra Zellweger, más interesante y compleja que la mímesis corporal, es la que le aporta sus rugosidades a una película demasiado académica, demasiado prolija y segura de un camino que elige tocar los botones dramáticos justos y precisos. Ese torbellino que es Garland arrastra a todos menos a la propia película, y es una pena: tal vez lo único que desacomoda la delicada puesta en escena sean aquellos flashbacks gobernados por el trazo grueso, tal vez un poco vergonzosos, sí, pero al menos más vívidos o chirriantes que la administrativa acumulación de penurias posterior. La lucha entre la espiral autodestructiva del personaje principal y el autocontrol que somete el director a las formas es más o menos como el sometimiento de don Louis B. Mayer a la pobre Judy. Tal vez la única decisión interesante de Goold había sido eludir la representación del clásico Over the rainbow. Y cuando Judy está por terminar y pensamos que el director va a cometer esa saludable herejía, la Garland vuelve al escenario para cumplir con el numerito. Que emociona por la propia Zellweger y porque a lo último, pero no del todo tarde, la película se acuerda que los artistas no nos interesan por sus adicciones, sus miedos, sus tormentos. Nos interesan por lo que han representado, por lo que saben hacer, por su trabajo y por la relación que logran con nosotros, espectadores. La ficción por sobre la vida, que de eso se trata. Y ahí sí, abrazándose desaforadamente al lugar común y aunque con una escena deliberadamente manipuladora, la película termina con el brillo desfachatado que se debería haber permitido.