Judy

Crítica de Sergio Del Zotto - Visión del cine

Recorte parcial sobre la vida de Judy Garland, una de las estrellas más grandes de Hollywood. Renée Zellweger vuelve a instalarse en el firmamento de estrellas para arrasar con todo en la temporada de premios.
La meca del cine, en el momento de repartir premios, siente mucho afecto por aquellos intérpretes que encarnan personajes reales. Lo viene haciendo en los últimos tiempos. Y, para ejemplo, allí están Eddie Redmayne como Stephen Hawking, Gary Oldman como Winston Churchill, Rami Malek como Freddie Mercury, Helen Mirren como la reina Isabel II, Marion Cotillard como Edith Piaf y Meryl Streep como Margaret Thatcher, por citar algunos ejemplos. Lo que estos actores desarrollan es una extraña mezcla entre imitación y actuación.

El espaldarazo que tiene Judy, que dicho sea de paso es bastante anodina, se debe a la elección de su protagonista, Renée Zellweger, en un regreso al cine luego de años de alejamiento, un poco por decisión propia y otro por vapuleados episodios de su vida personal: como su reaparición pública con un rostro algo cambiado por las cirugías plásticas, lo que la colocó en el ojo de la tormenta. Para colmo de males, la tercera parte de El diario de Bridget Jones no rindió lo esperado en la taquilla y ella recibió otro pase de factura.

Lo mismo que le sucedió a Judy Garland, otra víctima de la industria cinematográfica que, en los vaivenes de su turbulenta vida, con varios matrimonios a cuesta, tres hijos, fracasos, ruina económica, vuelta al ruedo por todo lo alto con Nace una estrella y reconversión en show woman, con exitosísimas presentaciones en New York y Londres, termina vencida para acabar sus días, tempranamente, a los 47 años. El de Renée parece un caso en el que Hollywood quiere pedir disculpas a una y a otra.

Zellweger seguramente se preparó para este papel hasta el cansancio, logrando transmitir la angustia de una mujer exhausta, cansada de todo, con un deterioro físico que encontraba consuelo en las pastillas, en el alcohol, pero también en un público fanático y a la vez severo, que no le perdonaba la menor renuncia. Y es que la poderosa e icónica imagen de esa niña cantando Somewhere over the rainbow (una de las canciones más tristes jamás compuestas) del fantástico musical El mago de Oz, persiguió a la Garland desde su adolescencia hasta su muerte. El personaje de Dorothy la convirtió en un referente de la comunidad LGBT, que el film refleja en uno de sus más logrados momentos, aquel en el que Garland, luego de un show, va a parar a la casa de una pareja de gays, fans anónimos, que han sufrido persecuciones e inclusive cárcel, por su condición. Prisiones reales y prisiones de oro, como la de Judy Garland en su época de esplendor en el cine, que le dio todo y se lo sacó de un plumazo.

Judy no es estrictamente un musical, es un drama sobre la vida de una cantante (una de las mejores de todos los tiempos) que fue una niña estrella, manipulada por un estudio (MGM) que le controló la vida a base de toda clase de pastillas: para que no engorde, para que duerma, para que esté despierta. En la compañía productora abusaron de ella, real y figuradamente. Así fue creciendo ante los ojos del público que la amaba, bajo la mirada atenta y explotadora de su madre, una artista frustrada y, principalmente, de su mentor, Luis B. Mayer.

La película, dirigida de manera bastante rutinaria por Rupert Goold, está basada en una obra teatral: Al final del arcoiris, de Peter Quilter. En Buenos Aires tuvo una versión protagonizada por Karina K y Antonio Grimau, dirigidos por Ricky Pashkus, en 2014. La obra se centra en un período particular de Garland, sus actuaciones en Talk of the Town, en Londres, en 1969. En la película, estos hechos se alternan con la época en la que Judy filmaba El mago de Oz y otros momentos en los que compartía el estrellato con Mickey Rooney. En la obra teatral, los personajes eran pocos: ella, su pianista de toda la vida y su último marido, Mickey Deans. Aquí aparecen los hijos que tuvo con Sidney Luft, con quien se debate en una lucha por la custodia de los menores, hay una breve aparición de una muy joven Liza Minnelli, su primera hija, el personaje del pianista-amigo desaparece (en la obra era casi un confidente) y hay una asistente comprensiva, que es un personaje menor.

No es una pieza particularmente inspirada, pero su atractivo explota cuando Judy canta en vivo, lo cual es un imán para la actriz que lo interpreta. En el caso de Zellweger, que ya había cantado en Chicago, se suma al reto interpretando ella mismas famosísimas canciones. Recurrir a grabaciones de sus presentaciones en vivo, hubiera sido más acertado, ya que Garland se destacó por ser una intérprete única, con una voz poderosísima.