Mara (Lourdes Mansilla) vive con sus padres y su hermana quinceañera Sofía, pero no quiere ni siquiera celebrar con ellos su cumpleaños número 18. Rebelde, irritable, impulsiva, ella cambia a toda velocidad de novios (el último se llama Marcos) y vive prácticamente encerrada en su micromundo de videojuegos. Una noche alguien le deja un paquete en la puerta de su casa que ella en principio no podrá abrir hasta que una gota de su sangre cae de manera accidental sobre el artefacto y así ella descubre en el interior una especie de casco de realidad virtual con el que será transportada hacia una nueva dimensión de tiempo y lugar.
Ese simulador la llevará a través de un portal que la hará viajar a un pasado en el que tres maestros la entrenarán en las artes ocultas para enfrentar y matar al mismísimo demonio. Si esta suerte de sinopsis les suena algo trillada es porque Juego de brujas resulta desde el guion, pero también desde su construcción narrativa, una acumulación de lugares comunes y clichés del género: la iniciación, los crecientes poderes sobrenaturales y los efectos incontenibles y trágicos que los mismos pueden generar en distintos universos (o multiversos, ahora que el término está de moda).
Forte tiene buen pulso para la dirección y la combinación entre el diseño de arte, el maquillaje y los efectos visuales permiten ingresar en un mundo ominoso y surreal bastante atractivo, pero el problema es que el relato casi nunca sorprende, fascina ni tampoco asusta demasiado. Es un aceptable ejercicio de estilo, pero a esta altura se le exige más que destellos o profesionalismo a un cine de terror argentino que necesita de historias más potentes, creativas y estimulantes para seducir a la masiva legión de cultores del género que hay en nuestro país y que por el momento prioriza producciones llegadas de otra latitudes.