Vigilar y castigar
Una mirada despiadada y sin concesiones a la Checoslovaquia comunista de 1983 y, más precisamente, a las presiones políticas y a las miserias en el deporte de alto rendimiento.
Anna (Judit Bárdos) es una joven corredora en la Checoslovaquia comunista de 1983. Su entrenador le ve condiciones para integrar el equipo preolímpico (se avecinan los JJ.OO. de Los Angeles ’84) y le ofrecen participar de un programa estatal para deportistas de alto rendimiento que incluye un tratamiento con esteroides anabolizantes.
Las cosas no serán nada sencillas para nuestra rebelde antiheroína. Los efectos secundarios no tardarán en aparecer (las hormonas masculinas hacen estragos) y las presiones irán in crescendo, sobre todo porque su padre ha emigrado a Austria y su madre (Anna Geislerova), una ex tenista, está vinculada con un disidente.
Fair Play resulta un interesante acercamiento casi de índole documentalista a las miserias del deporte de élite (los checos estaban obsesionados con competir no sólo con las potencias occidentales sino sobre todo con los rusos y los alemanes del este), pero se convierte en un drama bastante convencional y previsible cuando ofrece una mirada algo demagógica y manipuladora del sistema de vigilancia, persecución y delación instaurado por los regímenes comunistas. Como La vida de los otros, pero con menos vuelo (además hay una veta romántica con un joven músico que tampoco agrega demasiado)
Ensayo sobre el control, el sacrificio, la mentira y la culpa, Fair Play está rodado con bastante sobriedad por la checa Andrea Sedlácková y sostenido por un sólido elenco. El resultado, aunque no del todo convincente, es valioso porque nos acerca a un universo y a un tiempo que es interesante conocer y, sobre todo, no olvidar.