El cuerpo y el Estado
El film de la realizadora checa hace gala de una límpida narración clásica y una evidente intencionalidad revisionista.
El cuerpo y el Estado. O, más concretamente, el uso de los cuerpos por el Estado. Ese es el tema, tanto en un sentido metafórico como literal, detrás de la anécdota y las particularidades que mueven los engranajes de Fair Play - Juego limpio, film de la checa Andrea Sedlácková que hace gala de una límpida narración clásica y una evidente intencionalidad revisionista. Los últimos años del comunismo en Checoslovaquia (los mismos de la Alemania oriental de La vida de los otros, película de Florian Henckel von Donnersmarck con la cual tiene varios puntos de contacto) y la historia de una joven atleta, corredora profesional con altas posibilidades de competir en las Olimpíadas de Los Angeles de 1984. Ironía que sólo un desconocedor de la historia de esos juegos puede considerar un spoiler, Anna (impecable Judit Bárdos, como el resto del reparto) nunca llegará a viajar a los Estados Unidos para participar de las competencias de sprint: todos los países del bloque soviético, con la excepción de Rumania, terminarían retirándose como efectiva forma de boicot, una de las últimas escaramuzas de una Guerra Fría a la que le quedaban pocos años de vida.Pero Fair Play no es una película de deportes en un sentido estricto, a pesar de la principal actividad de su protagonista, y ese final anunciado para el espectador ducho es apenas el broche final y la consumación última de un caso de uso y abuso de los poderes estatales sobre los ciudadanos. Anna se somete a un tratamiento con esteroides anabólicos a sabiendas de su carácter ilegal, consciente de sus posibilidades y peligros; también de las consecuencias de no acceder a firmar ese contrato. El film presenta a los representantes del organismo deportivo que proveerá las dosis de manera ominosa y al entrenador Bohdan como un ser vencido por las circunstancias, algo ambicioso, es cierto, pero fundamentalmente servil y pusilánime. Bohdan es apenas un poco mayor que Irena, la mamá de Anna, una mujer que aún no terminó de quebrarse –incluso luego de algunos encontronazos con los encargados de ejecutar las leyes–, y que se anima a ayudar a un amigo con la transcripción de textos “subversivos”. Es en el choque entre esas generaciones, la de Anna y la de aquellos nacidos y criados durante los primeros años de comunismo, donde la realizadora encuentra el centro del conflicto y las chispas de un posible cambio, en principio personal.Porque a fin de cuentas, más allá de las temibles alteraciones que su cuerpo comienza a sufrir como consecuencia del uso de los anabólicos, la elección de Anna será de índole moral y por oposición a un estado de las cosas que considera opresivo e injusto. No se trata de la lucha entre David y Goliat sino de la mucho más pequeña –aunque del mismo grado de relevancia– entre la ética individual y las normas coercitivas de un colectivo. El inteligente guión de la misma Sedlácková entrelaza el relato central con otras subtramas que aportan interés e iluminan el centro de la escena, esencialmente a partir de la relación de Anna con un joven amante y con un padre ausente, exiliado en el extranjero, y también la de su madre con ese escritor proscripto, peligroso contacto que hace navegar al film, temporalmente, en las aguas del suspenso y el thriller político. Resulta interesante que una película diáfanamente anticomunista pueda ser interpretada de otra manera, si el espectador se permite un sencillo ejercicio de inducción. Al fin y al cabo, la idea de rendimiento máximo sin tener en cuenta los costos no es exclusiva de una única ideología. No es casual que Fair Play termine como comienza: Anna corriendo sola. Libre, al menos por unos minutos, de imposiciones propias y, sobre todo, ajenas.