Lúcida reflexión sobre deporte y totalitarismo
Las películas de atletas olímpicos suelen estar repletas de mensajes de fe y esperanza. Ésta no. Probablemente sea debido a que el asunto deportivo quizá sea sólo la excusa para que la directora se atreva a describir su visión de la vida cotidiana en la Checoslovaquia de principios de la década de 1980.
La trama presenta a una chica que hace un tiempo brillante en la carrera de 200 metros, lo que podría calificarla como candidata a representar a su país en las Olimpíadas de Los Angeles de 1984. La madre presiona tanto a su hija como para provocar quejas del entrenador. Es que la madre era una notable tenista del equipo nacional checo, que por insinuar actitudes disidentes en la rebelión del 68, interrumpió su carrera y la relegó a un trabajo de fregona de edificios del Estado. Para ella, el buen desempeño de su hija implica armar un plan para darle una vida mejor en el mundo capitalista. Para su entrenador es una oportunidad de poder competir con los mucho más preparados atletas de países comunistas como la Unión Soviética o la Alemania Democrática.
Por eso para casi todos los personajes, menos para la pobre atleta, la solución es aceptar lo que recomienda el estado socialista: una droga llamada "stromba" a inyectarse en dosis masivas. Además de provocar depilaciones urgentes y modificar su período menstrual, más ataques graves hepáticos y cambios metabólicos a granel, el tratamiento a base de "stromba" mezcla de esteroides y anabólicos totalmente ilegales- implica tal presión gubernamental como para generar que, aun los personajes mejor intencionados, no encuentren otra opción que traicionar de distintas maneras a la chica maravilla, aun cuando promediando el film ya califica formalmente para el equipo olímpico.
La mezcla de atletismo y totalitarismo convierte a esta película en algo que merece verse, sobre todo por los detalles asombrosos de una sociedad en la que hasta la delación está planteada a través de contratos formales entre los individuos y el Estado. La gran cualidad y el principal defecto de "Fair play" es tratar de contar demasiadas cosas a la vez, dualidad que deriva de un gran rigor narrativo: toda minima subtrama está realmente bien contada por la directora y coguionista, lo que lleva a que el espectador experimente cierta frustración al querer saber más acerca de cada una de esas historias adicionales.
En sus mejores escenas, "Fair Play", mas que un drama, casi se convierte en un thriller paranoico-deportivo. Empezando por la atleta y su madre (Judit Bardos y Anna Geislerová) las excelentes actuaciones de todo el elenco y la estética básicamente ascética pero generosa en detalles visuales y en la ambientación de época y lugar ayudan a equilibrar un film no siempre parejo, a veces un tanto ingenuo y con riesgos melodramáticos. Y casi totalmente carente de humor, aunque con cierta dosis de ironía solapada.