Con la meta en occidente
La película enviada por la República Checa al premio Oscar, toma al deporte como ejemplo de sacrificio en años de comunismo en el país de Europa del Este. Si bien la idea no es original termina siendo funcional al drama de época que narra clásicamente, pero carece de profundidad en los personajes siendo la construcción de víctimas (los disidentes) y victimarios (el régimen) una versión acartonada del conflicto.
Anna (Judit Bárdos) es una joven atleta que entrena sacrificadamente para representar a su país en los próximos juegos olímpicos de Los Ángeles (Estados Unidos). Autoridades del régimen la obligan a consumir una droga experimental –complejo de anabólicos- para fortalecer su rendimiento. Ella se niega a escondidas y pone en riesgo a su madre (Anna Geislerová) y entrenador (Roman Luknar). La fecha se acerca y ella necesita el apoyo de su país pero su propio cuerpo está en juego.
Corre la década del ochenta. Últimos años de la Checoslovaquia soviética. El régimen está en crisis y la sensación de sofocamiento en los ciudadanos disidentes es severa. El clasicismo efectuado por la directora Andrea Sedlácková lo denota, utilizando una iluminación fría que pinta de colores apagados a toda la película. En ese sombrío universo aparecen los estereotipados personajes: los buenos, sufridos y sacrificados personajes en pos de un futuro mejor, y los malos, burócratas del régimen que no tienen ningún tipo de matiz ni humanidad.
El deporte atraviesa el relato escenificando la situación: el sacrificio de los buenos, para alcanzar un futuro esperanzador en occidente, y los malos, poniendo trabas en el camino, obstaculizando la meta. No por nada, es el atletismo la destreza en cuestión.
Con estas premisas básicas, la película funciona en el plano superficial, sin agregar ni estimular a la reflexión en ningún otro momento. Aquello que discursivamente dice es eso que se ve y nada más, resultando innecesaria la insistencia visual y auditiva para remarcar el sufrimiento del pueblo checo en esos años.
Dicho esto, Juego Limpio (Fair Play, 2014) se deja ver por su simpleza narrativa más allá de algunos lapsos densos y parsimoniosos pero, insistimos, le falta desarrollo y potencia cinematográfica para conmover y hacer realmente una critica efectiva al sistema de aquel entonces.