Corre, Ana, corre
Para representar a su patria en los Juegos Olímpicos de Los Ángeles 1984, Anna (Judit Bárdos) resiste los 1001 mandamientos de la Checoslovaquia pre-perestroika. Con tal de correr, la chica tolera a un entrenador brusco, Bohdan (Roman Luknár, que encarna sin fisuras el estereotipo deportivo soviético), y prácticas extenuantes hasta en la nieve, pero pone un freno cuando las autoridades la coaccionan a inyectarse Stromba, suerte de anabólico que mejora el rendimiento. Al principio, la droga la estimula, pero tras una práctica es internada y de ahí en más finge la continuación del tratamiento. La película, estrenada el año pasado en el festival checo de Karlovy Vary, es algo llana para mostrar el autoritarismo del régimen, pero desnuda con inteligencia sus secuelas. Irene (Ana Geislerova), la madre de Anna que en el pasado representó a su país como tenista, se opone al régimen y colabora con un exnovio complotado en la clandestinidad. Sin embargo, cuando descubre que Anna abandonó la droga, una parte suya querrá complacer a los médicos del Estado y haría cualquier cosa para que su hija llegue a las Olimpíadas.