La apuesta fatal del actor de Gladiador
Un thriller lleno de pretensiones que parece dos o tres films en uno y que no se decide de manera absoluta por establecer una identidad. Eso es Juego perfecto, la película dirigida por Rusell Crowe que arranca como IT, con la reunión infantil de amigos, y avanza en un mix falto de compás de John Wick y La purga. Esto último, claro, en base a las escenas de acción que lo constituyen sin una definición clara.
El principal problema es el planteo en que establece una idea zen para sus personajes, pero después se pierde en su propio hilo de teórico optimismo intelectual. La nueva apuesta del neozelandés hace agua en más de un sentido y aporta poco y nada a la historia de la narrativa audiovisual. Este punto no sería tan relevante si no fuera por las teóricas intenciones que plantea Crowe, quien desea crear un cuento sublime con múltiples referencias y en cambio pierde el foco en cada punto de avance de la película.
Una pena porque el trailer realmente promete, pero es justo decir que hemos visto eso en múltiples oportunidades y luego no pudimos dar crédito alguno a lo observado. Pura frustración, bah. ¿Para qué engañarnos? Realmente me cuesta comprender este tipo de cuestiones. ¿Qué lleva a un actor y director que a estas alturas presenta la suficiente experiencia como para no llevar adelante un fiasco de semejantes proporciones? ¿Qué lo moviliza a tal error? ¿El puro ego? Me temo que difícilmente podremos saberlo alguna vez.
Otra cuestión inentendible es por qué no le dio «una vuelta de tuerca». Al menos en los papeles el guion es solamente suyo. No tiene que responder a nadie, en teoría. ¿No podía mover un poco más los hilos? La música de Matteo Zingales y Antony Partos, y la fotografía de Aaron McLisky no alcanzan para cubrir los baches que deja esta película fallida con el cine. En tiempos de Mundial, usaré una referencia futbolística para decir que espero que el bueno de Russell pueda dar vuelta el partido pronto.