APUESTA FALLIDA
La ópera prima de Russell Crowe, Camino a Estambul, sin ser una maravilla, era una película con aire clásico y personajes que se definían a partir de sus acciones. Era un film de aprendizaje, sin grandes estridencias, donde los conflictos avanzaban fluidamente y sin arbitrariedades. Era un debut promisorio, y por eso Juego perfecto generaba algunas expectativas positivas. Pero esas esperanzas quedan defraudadas en un relato plagado de giros insostenibles.
El relato se centra en un Jake Foley (Crowe), un jugador con talento innato para el póquer que supo explotar el boom de Internet y montar un negocio millonario, con un algoritmo que luego vendió a entidades gubernamentales militares. Sin embargo, esa riqueza parece no servir de nada frente a un futuro oscuro para él, ya que tiene una enfermedad terminal y su matrimonio se está derrumbando. En ese contexto, invita a sus mejores amigos (a los que no ve desde hace un rato largo) a una partida de póquer donde tendrán la oportunidad de ganar más dinero del que jamás soñaron. Pero claro, esa invitación trae condiciones especiales y motivos escondidos, que se irán revelando a medida que avance la noche, mientras surge, repentinamente, una conspiración -robo incluido- contra Jake.
Hablábamos de revelaciones, y lo cierto es que Juego perfecto busca estructurar su trama alrededor de ese factor: a cada rato, una vuelta de tuerca que pone a los personajes -Jake incluido- en un lugar distinto, que implicará elecciones éticas que los pondrán en riesgo y a la vez los definirán identitariamente. Eso no está ni bien, ni mal: hay muchos thrillers dramáticos que recurren a esos mecanismos y el desafío pasa por la ejecución desde el guión y la puesta en escena. Ahí es donde la película de Crowe falla por completo: o redunda en explicaciones -en especial en sus primeros tramos, que amagan con ponerse contemplativos, para luego volcar toda la información posible en un puñado de segundos-, o toma decisiones de manera completamente arbitraria, sumando conflictos y giros porque sí, sin poner en contexto al espectador. Todo pareciera estar en función de decir muchas cosas, todas a la vez, sin un criterio definido y consistente.
En esa acumulación de elementos temáticos y genéricos -hay una multitud de capas diferentes que rondan el drama y el thriller-, Crowe pareciera querer delinear una ambiciosa reflexión existencial que eventualmente no va a ningún lado o, más bien, a un callejón sin salida. Lo que podía prometer desde la premisa -todo estaba servido para un esquema lúdico de trampas y engaños- decanta en una estructura narrativa dominada por la solemnidad. Todo es pesado y aburrido en Juego perfecto y, finalmente, intrascendente. Se podrá reconocer que Crowe toma riesgos al ir por caminos distintos a los esperados, pero lo cierto es que esa apuesta sale muy mal y representa un retroceso importante en su incipiente carrera como realizador.