Un museo diabólico
La continuación de El juego del terror muestra a un asesino despiadado que prepara trampas para sus víctimas. Hace tres años se conoció El juego del terror (The Collector), de Marcos Dunstan y Patrick Melton, una película que exploraba el miedo (a partir del encierro) y no dejaba de lado ni el sadismo ni las trampas mortales. Los responsables fueron los guionistas de El juego del miedo IV, V y VI.
Ahora es el turno de la secuela, retitulada Juegos de muerte (The Collection), que cuenta con más producción y mantiene el espíritu sangriento y macabro del film original. La historia comienza donde terminó el anterior: Arkin (Josh Stewart), el ladrón que había sido secuestrado, se recupera en el hospital. Allí es visitado por el padre de Elena, una de las víctimas del asesino serial. Arkin será chantajeado para formar parte de un grupo de mercenarios destinados a rescatar a la chica de las garras del despiadado asesino enmascarado.
Recluído en su guarida Argento (en alusión al director italiano del cine de destripe), el villano de ojos diabólicos aguarda la llegada de los intrusos mientras encierra a sus presas en baúles. Como en una suerte de museo macabro o de tren fantasma, el criminal despliega todos sus juegos y trampas para lo incautos que se animen a entrar.
Juegos de muerte resulta altamente inquietante, no ahorra escenas truculentas (algunas algo exageradas como la del comienzo, ambientada en una disco clandestina) y entrega una historia sin otras pretensiones que las de sacudir al espectador en su butaca. Estamos en presencia del nacimiento de una nueva saga, aggiornada desde su nuevo título, y que prácticamente utiliza los mismos elementos de El juego del miedo.
El resultado, festejado por los seguidores de este tipo de producciones, es bueno si se tiene en cuenta que logra crear una atmósfera de locura y creciente suspenso. El resto muestra a víctimas gritando y escapando cuando no son descuartizadas. El falso final se guarda una vuelta de tuerca atrapante con eficaces recursos.