Espíritu caníbal
Es posible que el grado de aprobación de Juegos demoníacos sea inversamente proporcional a las cantidad de falsos documentales de terror que uno haya visto desde el estreno El proyecto de la bruja Blair hace 15 años.
Sin ideas ni recursos narrativos originales, la única virtud de la película de Petr Jákl es la fidelidad a sus austeras premisas visuales y sonoras (el abuso de la cámara manual en este tipo de cine parece ser una herencia maldita del Dogma 95).
Un documental es precisamente lo que se proponen hacer tres jóvenes periodistas norteamericanos independientes que viajan a Ucrania en busca de caníbales contemporáneos. La base histórica es la terrible hambruna -llamada "Holodomor"- que se produjo en ese país en 1932 y 1933, durante la dictadura soviética de Stalin. El saldo fueron millones de muertos y -se conjetura- diversos episodios de canibalismo.
Ninguno de los tres protagonistas (el director, la presentadora y el camarógrafo) resulta demasiado interesante comparado con los personajes con los que se cruzan en Ucrania y que componen el elemento más dinámico de la trama: una bella traductora, un contacto charlatán y ávido de dólares y una vidente, más el caníbal psicótico, que sólo aparece al principio y al final.
Tal vez la superposición no del todo verosímil de folklore espiritista, fuerzas sobrenaturales y locura atávica, combinada con la decisión de generar suspenso sin golpes bajos, hacen que Juegos demoníacos merezca el esfuerzo de borrar de la memoria mucho de los que se ha visto en los últimos años y tratar de apreciarla con una mirada piadosa.