Ghoul entra a la cancha con todas las de perder. Es una película de terror, de esas que se estrenan de a puñados en la cartelera local, y está filmada en formato cámara en mano. Ya puedo escuchar el resoplido del lector, aburrido y cansado de lo mismo una y otra vez. Yo también resoplé al empezar a verla, pero de inmediato los primeros minutos me atraparon. Estamos en Ucrania, siguiendo al típico trío de documentalistas americanos, pero su foco es interesante. Filmando lo que va a ser un piloto sobre canibalismo, su primera historia será la de hambruna de 1932, y cómo se traslada a la miseria que sufrió su pueblo al tener que recurrir a comerse los unos a los otros. Esos primeros testimonios de ancianas que vieron u oyeron rumores sobre esta situación son el momento más sólido de la propuesta del actor devenido en director y guionista Petr Jákl. Luego, todo es cuesta abajo.
Los jóvenes, junto a un guía local y una joven traductora, contactan a un supuesto caníbal que eludió la ley, al cual entrevistarán. El lugar de la entrevista es nada mas y nada menos que una cabaña en un lejano bosque, donde dicen las malas lenguas que este caníbal mató y fagocitó a un colega. Por si fuera poco, la situación se empeora cuando el grupo despierta al espíritu del tristemente célebre asesino y caníbal Andrei Chikatilo, cuya sed de sangre y carne humana no la frenó ni la tumba. El plato está servido para una odisea de terror...
O no. Lo que parecía un escenario horrible del género se va tropezando una y otra vez con las ramas de un subgénero agotado. Sustos de cartón, ruidos a todo volumen que pretenden generar un salto en la butaca, gritos, posesiones, rasguños, gatos desmembrados, muchas sesiones espiritistas. Todos los elementos clásicos están presentes, pero no hay nada nuevo bajo el sol. El grupo tiene actuaciones que uno llega a esperar de este tipo de películas, alguno en mejor registro que otro, pero no sobresalen, y nunca llegarán a ese icónico nivel de histeria que Heather Donahue consolidó para la posteridad en el acto final de The Blair Witch Project.
Eventualmente, el guión decide avanzar toda la acción en minutos, los protagonistas se van despidiendo de la pantalla de manera rápida y casi estéril -no hay demasiada violencia en pantalla, cosa rara- y la escena final es un vómito de información que no sirve de mucho, que confunde y aplasta ese interesante inicio sobre canibalismo que una vez supo ser la película.
Ghoul es otra triste manera de mancillar el nombre del terror que sólo puede gustar a aquellos que buscan dormirse en una sala de cine sin mucha gente, o los que van a darse arrumacos con una persona que están conociendo. Un fanático del horror, a menos que sea muy completista -como yo- no tiene muchas chances de pagar una entrada para ver este esperpento. Ah, y agradezcan que no la ven en 3D, como sí lo hicieron en su país natal, donde fue un éxito de taquillas. Cosas extrañas ocurren por el norte, ¿no?