“Julia y el zorro” es un largometraje de la directora Inés María Barrionuevo, quien también estuvo a cargo del guión. Es el segundo film que realiza, luego del corto “La quietud” (2012) y su bien recibida ópera prima “Atlántida” (2014). Está protagonizada por Umbra Colombo en el rol titular, con papeles secundarios interpretados por Pablo Limarzi y Victoria Castelo Arzubialde.
La historia transcurre en un pueblito cordobés. La imagen que inaugura el relato es la de una mujer y un zorro, en la noche de las sierras cordobesas. La mujer es Julia, quien vive en una casona descuidada, con su hija Emma (Castelo Arzubialde), luchando por sobreponerse a la muerte de su marido, si bien no se trata de un suceso reciente. Al tiempo que se intenta poner la casa en condiciones para ser vendida, Julia se vuelve a conectar con Gaspar (Limarzi), un amigo de años antes y actor que busca convencerla de participar en un concurso de teatro, una vieja pasión de ella.
La película tiene diversas aristas y raíces de conflicto, siempre con el eje en el personaje de Julia; está presente su duelo al que enfrenta alternando excesos y períodos de apatía por su entorno, su difícil relación con Emma, a quien en un momento admite “no reconocer”, su frustrado acercamiento con Gaspar, quien ya cuenta con una pareja – otro hombre. Estas escenas están atravesadas por una singular elección de fotografía (a cargo de Ezequiel Salinas), en donde las luces muestran a la protagonista en esos conflictos, mientras las escenas más oscuras la reflejan – irónicamente – sola, pero cómoda, hasta se podría decir “libre”.
Hacia el final de la trama se nos presenta un cuento, el de un zorro que es adoptado por el hombre-bala de un circo. Remitiendo a aquel Zorro domesticado por el Principito de Antoine de Saint-Exupéry, donde se hace referencia al riesgo del amor como forma de salir lastimado, a encontrar la felicidad a cambio de rescindir la independencia, probablemente para siempre. Se infiere de esto que ese cuento es en cierta forma lo que vive Julia en el día a día – y de hecho se muestra su vida como siendo vivida un día a la vez – tras la muerte de su marido, criando a una hija con la cual la relación sólo parece ponerse más difícil con el paso del tiempo. Para bien o para mal, la decisión de si ella se siente Zorro u Hombre Bala se deja a la interpretación del espectador.
Sin embargo, y esto lamentablemente, ese y todos los demás momentos de conflicto van pasando uno tras otro como no mucho más que eso, momentos anecdóticos que no terminan de cuajar entre sí del todo.
Parafraseando una nota de la directora, “Julia y el zorro” se desenvuelve como una fábula distinta de las clásicas, sin una moraleja. Quedará a elección o capacidad de cada espectador, entonces, asignarle o no lección final.