«El Cazador» es la más reciente producción de Marco Berger, director de obras tales como «Ausente» (2011), «Un rubio» (2019) y «Plan B» (2009), que al igual que esta última, exploran el espectro de la homosexualidad a la par de sus protagonistas. La historia acompaña a Ezequiel (interpretado por Juan Pablo Cestaro), un adolescente en Buenos Aires, con la casa sola a raíz de un viaje de sus padres. Pasa los días como un típico adolescente; en la pileta, jugando a la Playstation, y palpitando su líbido en alza. Durante una de sus tardes de ocio conoce al Mono (Lautaro Rodríguez), y entre los dos empieza a gestarse un vínculo amoroso. El Mono invita a Ezequiel a pasar un fin de semana en la casa de su primo, quien oportunamente se ausenta durante una noche para que ellos puedan consumar su relación. Al poco tiempo Ezequiel se encuentra con que El Mono corta todo contacto con él, y un mensaje de whatsapp con un video de aquel encuentro íntimo entre los dos, acompañado de un chantaje: seducir a otros jóvenes para ser filmados (en secreto) y vender esos videos, a cambio de que el suyo no circule por las redes. Berger construye un relato dramático contundente, apoyándose más que en los diálogos, en el trabajo de cinematografía de Mariano de Rosa y la banda sonora a cargo de Pedro Irusta, en conjunto con los elementos temáticos que llevan adelante la historia: el despertar sexual y la exploración de la sexualidad, así como el grooming – el engaño a menores de edad por parte de adultos con fines de abuso o explotación sexual – y el «mandato social» de la heterosexualidad (esa expectativa de «presentar a la novia») que muchas veces representa una barrera difícil de sondear entre padres e hijos. El film obtuvo una nominación al «Big Screen Award» en el Festival Internacional de Cine de Rotterdam 2020, así como una nominación al «Premio Maguey a Mejor Película» en la edición de este año del Festival Internacional de Cine de Guadalajara, y es una buena opción para disfrutar del cine nacional en la pantalla chica, en estos días de aislamiento social.
En una primera instancia, uno podría verse tentado de caracterizar a «El Príncipe» (ópera prima del chileno Sebastián Muñoz) como una obra antigénero, por su particular abordaje del drama romántico, aún enmarcándose dentro de la temática LGBT. Sin embargo, una mirada más de cerca permite ver que se trata de una historia con elementos tradicionales, aunque dentro de un contexto al que tal vez no estamos tan acostumbrados. El film se basa en la única novela publicada por Mario Cruz, a principios de los años setenta, con un guión producido por Muñoz y el dramaturgo Luis Barrales. En vísperas de las elecciones que llevaron a Salvador Allende al poder, el joven Jaime (Juan Carlos Maldonado) arriba a la prisión, condenado por asesinato. Es asignado a compartir celda con otros cuatro reclusos ya «instalados», dos parejas de amantes liderados por el Potro (Alfredo Castro), figura de autoridad dentro de la penitenciaría. El compañero del Potro es dejado de lado en favor del «nuevo», a quien llama el príncipe, en referencia a la atención que recibe. A partir de allí se entabla una conexión entre el preso veterano y el Príncipe, que evoluciona desde la simple cuestión de demostrar «quién manda» -por medio del abuso, lisa y llanamente- hasta alcanzar una condición de igualdad entre ambos. En el camino somos testigos mediante flashbacks, de la historia que llevó a Jaime a su reclusión, el conflicto con su sexualidad en aquel momento, así como del antagonismo entre el Potro y otra figura de influencia entre los presos, Che Pibe (Gastón Pauls). Los celos, los triángulos amorosos y el despecho serán hilos conductores de la trama. Hacia el final del relato, el desarrollo de Jaime va a resignificar su apodo: ya no es una burla, sino que va a tomar el sentido más tradicional, aquel relacionado a la herencia del poder. El guión de Muñoz y Barrales se destaca a través de la excelente interpretación tanto de Maldonado como de Castro, quienes transmiten la química entre sus personajes de manera más que verosímil. Por otro lado, el trabajo del novel director se complementa con el aporte de la fotografía a cargo de Enrique Stindt. Esto resalta en la recurrencia de las imágenes especulares del protagonista, reflejando (valga la redundancia) su conflicto interno, así como en la composición de las escenas dentro de los reducidos espacios de las celdas, que por momentos remiten a imágenes salidas del Barroco. Todo esto le valió a la obra el Queer Lion, galardón del Festival Internacional de Venecia reservado a la mejor película de temática LGBT de las allí presentadas, en el marco de su estreno mundial, y suma un motivo más para no dejar de verla en las salas locales.
Claudia se fija en los detalles. Es meticulosa. Sabe lo que quiere, pero no siempre comparte esa información del todo. Puede resultar atractiva, o por el contrario, generar rechazo. Esta descripción se ajusta tanto a Claudia, el personaje (Dolores Fonzi), como al largometraje en sí, y no es por casualidad. La historia se desarrolla en un día en la vida de esta organizadora de eventos, y su vida es su trabajo (al punto tal de ofuscarse y ponerse a corregir detalles organizativos durante el velorio de su padre). Claudia tiene que tomar la posta como wedding planner cuando una de sus compañeras tiene un percance de salud, e inmediatamente empieza a incorporar algunos cambios, siendo el principal un cambio de locación. La familia de la novia empieza a antagonizarla, y sospecha de un sabotaje. Sumado a esto, la novia misma tiene dudas de última hora y le suplica a la protagonista que cancele todo. Claudia hace frente a todo esto junto a Pere (Laura Paredes), su ayudante, y el evento llega a una conclusión, aunque no es la esperada. Sebastián de Caro va construyendo el relato con diversos elementos de comedia, acercándose al absurdo y al subgénero de “enredos”. En el medio también incorpora tintes de terror psicológico, y hasta pasajes de misterio policial. El director es un conocedor del cine en general, y se nota; cada elemento es manejado con habilidad, y todos contribuyen para mantener a la audiencia comprometida con su historia. Sin embargo, hay cosas que no funcionan del todo bien, en especial hacia el cierre. Por muy bien ejecutados que estén los toques de terror y suspenso, tal vez algunos espectadores – o muchos- se encuentren con que esos recursos no aportan demasiado sentido a la trama a fin de cuentas. Claudia (el personaje) no pierde en ningún momento el control de la situación, gracias a su naturaleza profesional. Pero tanto personaje como obra no llegan a lograr la complicidad con el público del todo. En ese sentido tenemos un final que nos deja casi tan desorientados como a muchos de sus protagonistas. Entre los puntos más destacables del film está, primero y principal, la actuación de Fonzi, que nos presenta de forma encantadora a un personaje que, si se aproxima a serlo, es por una cuestión de trabajo. Los aspectos técnicos también cumplen, ya sea en vestuario, diseño de producción, fotografía y música (tenemos una secuencia de baile en particular que mezcla todo eso de manera tan perturbadora como memorable). Concluyendo, “Claudia” se merece la oportunidad de hacernos disfrutar de un buen momento, siempre y cuando se tenga en cuenta que ella siempre va a estar en control.
“Capitana Marvel”, la más reciente producción de los estudios que llevan su nombre, es un film particular en algunos sentidos, y no tan particular en otros. Esta película marca tanto el final de la “fase 3” de la productora como el puntapié inicial de su 2019. Pero lo que muchos consideran más importante, es su primera cinta de superhéroes protagonizada por un personaje femenino; lo cual puede verse como un desafío en distintos frentes. Por un lado, es hasta ahora la única “ventaja” que la productora DC le viene sacando a Marvel tras el estreno de “Wonder Woman” en 2017, con sus buenos resultados en crítica y taquilla. Sumado a esto, Capitana Marvel (interpretada por Brie Larson) tiene por delante el reto de presentar el origen de un personaje de cero, en una etapa avanzada de su universo cinematográfico – es decir un formato que la audiencia ya vio en reiteradas ocasiones. A su vez, por lo que se sabe, sobre ella va a recaer una parte importante de la acción en “Avengers: Endgame”. La historia, ambientada a mediados de lo años noventa, comienza en Hala, capital del imperio Kree. Carol Danvers – o Vers, como la conocen allí – es una guerrera a punto de embarcarse en su primera misión, bajo el mando de Yon-Rogg (Jude Law), en el conflicto que los Kree sostienen con los Skrull, una raza caracterizada por su capacidad de adquirir la forma de otros. Tras ser capturada por el líder Skrull Talos (Ben Mendelsohn), nuestra heroína descubre que la Tierra corre el riesgo de verse involucrada en la guerra, pero también que posee una conexión olvidada con nuestro planeta. Danvers escapa hacia la Tierra, donde con la ayuda de Nick Fury (Samuel L. Jackson) va a descubrir más verdades sobre su identidad y el origen de sus poderes, así como la naturaleza real del enfrentamiento intergaláctico. De por sí, “Capitana Marvel” no aporta muchas novedades al género de superhéroes, pero cumple dentro de su formato con varios aciertos. La dirección en conjunto de Anna Boden y Ryan Fleck (también a cargo del guión junto con Geneva Robertson-Dworet) funciona en líneas generales, y si bien el ritmo al comienzo pueda parecer un poco lento, logran darle un tono uniforme a la historia, con las dosis adecuadas de acción, drama y humor que se pueden esperar. El excelente despliegue visual pone al film a la altura de las otras cintas de Marvel Studios centradas en su costado “cósmico”, las entregas de “Guardians of The Galaxy” y “Thor”. Otro punto a favor es el elenco, en particular la química lograda entre Larson y Jackson, cuya interacción lleva adelante gran parte de la narrativa. No se puede cerrar esta nota sin dejar de referirse a cierta “controversia” que se generó por las críticas por parte de un sector del público que ven a esta producción como un intento de promover una “agenda feminista”, en detrimento la calidad de la obra. Lo cierto es que “Capitana Marvel” aborda esa temática pero integrada a la trama de forma orgánica, y no como una “bajada de línea” ni mucho menos. El producto final nos presenta una figura que puede sumarse sin problemas al conjunto de los “héroes más poderosos de la Tierra”, y que justo resulta ser una chica.
Este jueves 10 llega a las salas argentinas “A Oscuras”, una producción local dirigida por Victoria Chaya Miranda y escrita por Carla Scatarelli. Está protagonizada por Esther Goris, Guadalupe Docampo, y Francisco Bass, con participación de Alberto Ajaka y Arturo Bonín. El film relata las historias de Lola (Goris), una actriz veterana, la joven bailarina Ana (Docampo), y Lucio (Bass), encargado de un restobar porteño. Cada uno de ellos lleva una vida que tiene lugar durante las horas de la noche de Buenos Aires, pero la oscuridad a la que están expuestos es más que simplemente literal. Lola enfrenta la decadencia de su carrera y una tragedia personal que la alejó de Mario (Bonín), haciendo uso y abuso del alcohol y los fármacos. Ana, por su parte, se encuentra en una relación con Víctor (Ajaka) que termina revelándose como una de violencia económica y sexual. Lucio, mientras tanto, podría ser definido como un personaje más violento que violentado; sin embargo sus actos lo van a llevar a desconectarse de sus relaciones y a sumirse en el aislamiento y las drogas. Llegado el momento, los tres llegan a la elección de seguir en la oscuridad y la soledad o hacerle frente con las armas que tienen a su alcance. Si bien para algunos espectadores la obra puede no llegar a cuajar en un relato uniforme -de hecho las tres historias se cruzan de forma breve y tangencial – cada trama recorre su arco para completarlo de forma más o menos satisfactoria. Cada una de las tramas podría funcionar desarrollada por sí misma como un largometraje, y algunos espectadores tal vez quisieran que las tres se relacionen de forma más profunda. A pesar de esto, las historias de cada personaje recorren su arco y alcanzan su resolución de forma más o menos satisfactoria. El punto más fuerte que presenta “A Oscuras” son sus interpretaciones. Sus protagonistas se desempeñan de forma impecable para llevarnos al corazón de sus personajes y cada conflicto que atraviesan. La dirección de Chaya Miranda en conjunto con la fotografía de Pablo Parra y la música original de Lula Bertoldi (frontwoman de Eruca Sativa) se suman para darnos una producción de una tonalidad consistente y acorde a la historia.
La llegada del hombre a la Luna seguramente sea la hazaña más grande alcanzada por el ser humano, y como tal, es un relato que fue llevado numerosas veces a la gran pantalla. Desde aquel fantástico “Viaje a la Luna” de Georges Méliès, hasta la dramática misión fallida del “Apollo 13” retratada por Ron Howard, hemos tenido muy variadas visiones de un mismo suceso. En el caso de “First Man” (“El Primer Hombre en la Luna”), Damien Chazelle nos presenta la historia del primer alunizaje por medio del Apolo 11, a través de la experiencia de su comandante, Neil Armstrong, en la piel de Ryan Gosling. El film está basado en la biografía del astronauta, adaptada por el guionista Josh Singer. La trama comienza presentándonos a Armstrong en las dos facetas que se destacan sobre él, su labor como piloto de pruebas y su vida cotidiana como padre de familia. Tras sufrir una trágica pérdida, se integra al llamado Programa Géminis llevado adelante por la NASA, hasta culminar con la conquista que lo llevó a dar ese “gran salto para la Humanidad”. La dirección de Chazelle y la producción del largometraje en general tienen grandes aciertos en prácticamente todos sus frentes. Empezando por los intérpretes, Gosling y Claire Foy (conocida por su rol como la reina Isabel II en “The Crown”), quien caracteriza a Janet, esposa del protagonista. A medida que la historia avanza, los dos aspectos de la vida de Armstrong se van encontrando poco a poco en conflicto, con la presión de su profesión pesando de forma cada vez más marcada en la relación con su mujer e hijos. Gosling refleja esta evolución en su personaje, mostrándose más distante paulatinamente, producto de los riesgos que representan su misión. A la vez que él se torna más frío en respuesta a esto, vemos la contraparte en el papel de Foy. En ella repercute gran parte de lo que atraviesa su esposo, y Chazelle se ocupa de mostrar este efecto, así como su lucha por salvar la integridad de su familia. La tercera gran protagonista es claramente la labor técnica. Aquellas secuencias de la producción que no se enfocan en la relación entre los protagonistas, reproducen con una fidelidad magistral el entrenamiento y la preparación rigurosa que implicó el vuelo del Apolo. La fotografía y dirección de cámara juegan un rol esencial tanto al mostrar la majestuosidad de los paisajes aéreos, como al transmitir la sensación de claustrofobia de las cabinas de mando. El trabajo de Chazelle lo encuentra estando a la altura de una superproducción, y sin dejar de lado los grandes ejes/instrumentos que le valieron reconocimiento en sus obras previas, las premiadas “Whiplash” y “La la Land”: una historia llevada adelante por la relación entre dos personas, acompañada de un componente musical importante. En ese sentido, aquí vuelve a jugar un papel sobresaliente Justin Hurwitz, encargado de la banda de sonido de toda la filmografía del director. Esa extensa colaboración entre ambos resuena en un acompañamiento orquestal perfectamente a la medida de cada secuencia dramática. La suma de todos estos elementos reafirman a Damien Chazelle como uno de los grandes directores de su generación, y seguramente den como resultado una larga lista de nominaciones y premios a “El Primer Hombre en la Luna”. Pero sobre todo, aseguran para el público una excelente experiencia cinematográfica.
“Julia y el zorro” es un largometraje de la directora Inés María Barrionuevo, quien también estuvo a cargo del guión. Es el segundo film que realiza, luego del corto “La quietud” (2012) y su bien recibida ópera prima “Atlántida” (2014). Está protagonizada por Umbra Colombo en el rol titular, con papeles secundarios interpretados por Pablo Limarzi y Victoria Castelo Arzubialde. La historia transcurre en un pueblito cordobés. La imagen que inaugura el relato es la de una mujer y un zorro, en la noche de las sierras cordobesas. La mujer es Julia, quien vive en una casona descuidada, con su hija Emma (Castelo Arzubialde), luchando por sobreponerse a la muerte de su marido, si bien no se trata de un suceso reciente. Al tiempo que se intenta poner la casa en condiciones para ser vendida, Julia se vuelve a conectar con Gaspar (Limarzi), un amigo de años antes y actor que busca convencerla de participar en un concurso de teatro, una vieja pasión de ella. La película tiene diversas aristas y raíces de conflicto, siempre con el eje en el personaje de Julia; está presente su duelo al que enfrenta alternando excesos y períodos de apatía por su entorno, su difícil relación con Emma, a quien en un momento admite “no reconocer”, su frustrado acercamiento con Gaspar, quien ya cuenta con una pareja – otro hombre. Estas escenas están atravesadas por una singular elección de fotografía (a cargo de Ezequiel Salinas), en donde las luces muestran a la protagonista en esos conflictos, mientras las escenas más oscuras la reflejan – irónicamente – sola, pero cómoda, hasta se podría decir “libre”. Hacia el final de la trama se nos presenta un cuento, el de un zorro que es adoptado por el hombre-bala de un circo. Remitiendo a aquel Zorro domesticado por el Principito de Antoine de Saint-Exupéry, donde se hace referencia al riesgo del amor como forma de salir lastimado, a encontrar la felicidad a cambio de rescindir la independencia, probablemente para siempre. Se infiere de esto que ese cuento es en cierta forma lo que vive Julia en el día a día – y de hecho se muestra su vida como siendo vivida un día a la vez – tras la muerte de su marido, criando a una hija con la cual la relación sólo parece ponerse más difícil con el paso del tiempo. Para bien o para mal, la decisión de si ella se siente Zorro u Hombre Bala se deja a la interpretación del espectador. Sin embargo, y esto lamentablemente, ese y todos los demás momentos de conflicto van pasando uno tras otro como no mucho más que eso, momentos anecdóticos que no terminan de cuajar entre sí del todo. Parafraseando una nota de la directora, “Julia y el zorro” se desenvuelve como una fábula distinta de las clásicas, sin una moraleja. Quedará a elección o capacidad de cada espectador, entonces, asignarle o no lección final.
“Hell Fest – Juegos Diabólicos” es el más reciente experimento del subgénero slasher del terror cinematográfico que Hollywood tiene para ofrecernos. Lamentablemente no tiene mucho para otorgar, y para colmo llega poco tiempo después de la última entrega de la saga “Halloween”. Está dirigida por Gregory Plotkin, producida por Gale Anne Hurd, con guión de Seth M. Sherwood, Blair Butler, y Akela Cooper. La historia en principio tiene una premisa relativamente original: la acción transcurre en el contexto de un parque de diversiones temático que recorre distintas ciudades en Estados Unidos. El tema del popular establecimiento es, obviamente, el terror. Una escena introductoria al asesino enmascarado (Stephen Conroy) nos muestra su sencilla pero eficiente estrategia; aprovechando la ambientación del Hell Fest encuentra y mata a sus víctimas sin arriesgar sospechas. A continuación conocemos a nuestros protagonistas post-adolescentes, como es de esperar: Natalie (Amy Forsyth), quien se reencuentra con su mejor amiga Brooke (Reign Edwards), y su compañera de cuarto Taylor (Bex Taylor-Klaus). Más tarde se suman al grupo los respectivos novios de Brooke y Taylor, Quinn (Christian James) y Asher (Matt Mercurio), y un amigo de ellos, Gavin (Roby Attal). Los seis se embarcan en una salida al parque infernal (con pases VIP y todo), con la excusa de festejar el reencuentro pero también para que Gavin y Natalie puedan conocerse y ver qué onda. Claramente la noche no sale como esperaba ninguno de ellos, ya que también asiste el asesino (acreditado sencillamente como El Otro). Más allá de su premisa y escenario, “Hell Fest” no presenta prácticamente nada nuevo para los seguidores del slasher. Si bien el subgénero no se caracteriza por su profundidad a niveles de historia o mensajes, hay ejemplos de obras que hacen un esfuerzo por presentar personajes atractivos, giros o simplemente violencia gráfica gratuita como para garantizar el entretenimiento del público – podemos pensar en diferentes sagas, desde “La Masacre de Texas” hasta “Saw” (“El Juego del Miedo”), pasando por “Scream” o “Nightmare on Elm Street”. El problema del guión (increíblemente escrito por tres personas) es su linealidad y el hecho de que con el correr de la trama se vayan cumpliendo una tras otra las convenciones más esperables dentro del estilo. Recién sobre los segundos finales del film recibimos el elemento más revelador sobre El Otro, ya muy tarde y sin mucha relevancia, tal vez dejando abierta la posibilidad de una secuela. Plotkin realmente hace lo mejor que puede con el material que recibió, así como los jóvenes actores y actrices. Quizá lo más desaprovechado sea el trabajo de producción de Hurd, conocida por su labor en “The Walking Dead”. El parque en sí es la mayor atracción y lo mejor logrado, presentándose inicialmente como algo “tradicional” (incluyendo hasta juegos de kermese inofensivos), para después introducirnos a otro sector, mucho más perturbador, rozando el mal gusto por partes. Todo presenta trabajos de maquillaje, ambientación e iluminación excelentes, que a su vez dan la excusa para gran parte de los jump scares de la película. Otro gran elemento desaprovechado es la presencia de Tony Todd, conocido por sus papeles en “Candyman” y “Destino Final”, quien aquí no tiene mucho más que un cameo como el maestro de ceremonias del Hell Fest. Para resumir, “Hell Fest” puede llegar a entretener un rato – y de a ratos – siempre y cuando no nos hagamos demasiada ilusión.
La ópera prima de Martín Deus, “Mi Mejor Amigo”, es a primera vista, una historia sencilla. La acción tiene lugar en un pueblito de la Patagonia. Lorenzo (Ángelo Mutti Spinetta) vive con sus padres y su hermano menor. Es un adolescente tranquilo, lector, estudia guitarra clásica. Se junta a estudiar con sus compañeras y sus compañeros lo eligen último para jugar al fútbol. Un día, a su vida cotidiana se le suma la presencia de Caíto (Lautaro Rodríguez), el hijo de un amigo de la familia llegado de Buenos Aires. Las circunstancias que llevaron a Caíto hasta allí, así como su independencia, van a ser un problema para su integración a una vida familiar a la que no está acostumbrado. Eso también va a ser el principal motor de la creciente relación entre él y Lolo. En ese nivel, la historia es tradicional, pero el director invita a algo más, jugando desde un primer momento con cierta ambigüedad. El póster promocional de la película anuncia claramente, “una historia de amistad o de amor, según cómo la mires”. El espectador decide de qué se trata. Incluso podría llegar a verse desde la etiqueta de un film “coming of age”, ese subgénero que muestra ese paso de la niñez hacia la madurez, o al menos una primera etapa de ella. Otra posible mirada ambigua se vuelca sobre los protagonistas. Desde un inicio, al conocer a Lorenzo nos empezamos a preguntar sobre su sexualidad, y es una pregunta que se mantiene durante gran parte de la historia. En el caso de Caíto, la cuestión es sobre su comportamiento en general, si su actitud independiente que roza en la inconsciencia es una forma de llamar la atención, o simplemente es su forma de ser. Por el costado interpretativo, ambos actores protagónicos demuestran estar a la altura necesaria para reflejar el estado emocional de dos chicos pasando por esa edad y situación. Acompañan a la construcción de la historia, en momentos relevantes hasta el final de la película, la fotografía de los paisajes patagónicos en juego con la banda sonora (a cargo de La Bersuit). Estas decisiones a la hora de relacionar tema y estilo rindieron sus frutos para la presentación internacional de la película. En la edición de este año del Festival de Cannes “Mi Mejor Amigo” recibió el premio Écran Junior, sección destinada a obras de interés para jóvenes adolescentes (de entre 13 y 15 años), y está nominada en San Sebastián al Sebastiane Latino, recibido por aquellos filmes que mejor representen las temáticas de diversidad sexual y de género. Sería muy bueno que el público local también acompañe esos reconocimientos y disfrute de esta mirada original sobre el amor, o la amistad, o por qué no, ambos.
Drew Pearce hace su debut como director con este thriller de acción, el cual también escribió. Previamente estuvo a cargo del guión de producciones de la talla de “Iron Man 3”, y “Misión Imposible: Nación Secreta”. Este proyecto cuenta con un elenco diverso, compuesto por Jodie Foster, Dave Bautista, Jeff Goldblum, y Sterling K. Brown, entre otros. La historia se desarrolla en Los Ángeles, en el año 2028. La ciudad está plagada de disturbios como consecuencia de la privatización del agua, y el penthouse del Hotel Artemis -escenario de la acción- fue reacondicionado para funcionar como “hospital” de emergencia para criminales. El lugar está a cargo de la enfermera Jean Thomas (Foster), y su ayudante Everest (Bautista). Allí van a coincidir, por distintos motivos, el ladrón Sherman (Brown), la asesina profesional Nice (Sofia Boutella), el traficante de armas Acapulco (interpretado por Charlie Day) y el Rey Lobo, jefe criminal y dueño de las instalaciones (Goldblum). Con esta premisa, el objetivo de Pearce sería que la tensión y la acción se desarrollen como producto de esa reunión no deseada de desconocidos sin claras intenciones (sólo se sabe que no son buenas), confinados en un espacio reducido. La película logra llegar a ese desarrollo, pero sólo por momentos. La tensión se resuelve rápidamente, o se pierde entre los diálogos. Cada integrante del reparto actoral cumple bien su función, en especial la dupla de Foster y Bautista, quienes despliegan una buena química en sus escenas, y Jeff Goldblum también aprovecha su tiempo -bastante breve, hay que decirlo- para demostrar su carisma habitual. El problema principal del guión pasa por no tener el tiempo necesario para hacer mucho más que presentar a los personajes y sus trasfondos. Las escenas de acción, protagonizadas sobre todo por Boutella, y el musculoso Bautista (Drax en el universo Marvel) están bien ejecutadas y coreografiadas, pero dejan al espectador con ganas de más en cuanto a cantidad y duración. Si tenemos en cuenta que la cinta apenas supera la hora y media, son cuestiones que podrían haberse mejorado con tal vez quince o veinte minutos más de filmación, o aprovechando mejor algunas premisas, como el contexto del conflicto social, o la relevancia de cierto artículo robado en la historia. Cualquier cambio en ese sentido seguramente hubiese sido una diferencia para bien en el resultado final. Aclaremos, todo esto no quiere decir que la película sea mala, mucho menos inmirable. A pesar de lo hablado, la película consigue entretenernos por un rato, si eso es lo que se busca. De nuevo, hay que destacar la labor actoral, así como una ambientación bien lograda, de la mano de la música de Cliff Martínez (“Traffic”, “Drive”) y la fotografía de Chung-hoon Chung (“Oldboy”, “It”). Tal vez si la idea fuese retomada y desarrollada en formato de serie, se le podría sacar el provecho que se merece.