Esta segunda película de Inés María Barrionuevo —que viene de presentarse en los festivales de San Sebastián y Mar del Plata— plantea la historia de Julia (Umbra Colombo), una ex actriz, viuda y su hija de doce años Emma (Victoria Castelo Arzubialde), quienes se instalan en una casona de veraneo familiar situada en un pueblo cordobés, con el fin de venderla cuanto antes. Cuando llegan, se encuentran con una imagen penosa: la propiedad fue vandalizada, se llevaron hasta la heladera y hay destrozos por doquier.
La muerte de su marido y padre de su hija ha sumido a Julia en una profunda depresión. Se muestra abatida, apática, sin poder hacerse cargo de Emma ni de ella misma. Apenas le dirige la palabra a su hija, es muy distante con ella. Así, surgen la tensión y el conflicto entre ambas, sobre todo porque Emma reclama atención y no tolera la indiferencia de su madre.
Esta situación, teñida por un duelo que no cesa, parece cambiar cuando Julia se encuentra con un amigo de toda la vida, un colega actor llamado Gaspar (Pablo Limarzi), quien le propone que retome su carrera artística participando en una obra que él está montando. A partir de ese momento, se abre una ventana de esperanza para madre e hija, debibdo a que Julia deberá decidir si desea reconstruir su vida e intentar conformar algún tipo de familia o si ahondará en su pena.
Este drama con todas las letras pretende reflexionar sobre el dolor, el vacío y el mandato social de la maternidad. Se pregunta si es posible “rehacerse” después de una tragedia o si el único camino que queda es la inercia y la autodestrucción. El ritmo lento de la narración parece reflejar la propia melancolía de Julia, su errática existencia. La directora busca adentrarse en ese mundo interior tan rico de Julia, quien por momentos parece aflojarse y entregarse a la vida cuando va al boliche, baila un tango, actúa en una desgarradora escena teatral, tiene una relación ocasional con una chica del pueblo o se confiesa frente a Gaspar. Sin embargo, enseguida vuelve a la oscuridad, como si tuviera su vida suspendida, esperando algo que no sabemos qué es y no tomando la iniciativa. En tanto, Emma es su contracara: sale a cabalgar, se encierra en una carpa con un chico que le gusta y muestra sus dotes de cocinera; en definitiva, va tomando las riendas de su existencia pese al entorno hostil que la rodea.
Umbra Colombo se pone la película al hombro y logra trasmitir esa tristeza arraigada hasta en los huesos de su personaje. Su mirada de desesperación y desamparo cuando se llevan el auto destruido de la familia, auto que suponemos fue protagonista del accidente fatal, lo dice todo. Por su parte, Victoria Castelo Arzubialde compone con frescura y espontaneidad a esa Emma autónoma, decidida y combativa que no se deja abatir por la congoja sin fin de su madre.
En suma, estamos frente a un filme desolador pero que transita por metáforas —como la presencia reiterada del zorro en las noches, un zorro omnisciente— y por aspectos oníricos que lo vuelven introspectivo, profundo. La lentitud del relato puede resultar tediosa por momentos pero está plenamente justificada por la trama. Se trata de una película densa y difícil en el sentido de que puede despertar sentimientos encontrados en el espectador, quien probablemente se identifique con el personaje de Emma mientras el de Julia le genere rechazo.