Una crónica del silencio
Pedro Almodóvar ha sabido construir un universo de mujeres fuertes, que empezó con la comedia en los libertinos '80 y migró hacia el drama en los últimos tiempos. A partir del encuentro de “Escapada”, libro de relatos de Alice Munro (más específicamente de los cuentos “Destino”, “Pronto” y “Silencio”), el manchego dio forma a “Julieta”, que ya desde el título nos habla de la centralidad de su protagonista; rol que divide en dos actrices: Adriana Ugarte para los años mozos y Emma Suárez para el período de madurez. Pero no se trata aquí de una sustitución etaria, como es habitual en el cine (Alexandra Roach y Meryl Streep en dos etapas de Margaret Thatcher en “La dama de hierro”, por poner un ejemplo); sino que hay un sentido en el salto, que se puede ver en pantalla casi como un pase de magia (eso es el montaje, diría Georges Méliès): el director decide allí mostrar el día en que Julieta dejó de ser mozuela para entrar en la senectud.
¿Pero quién es Julieta? Al principio se le revela al espectador como una señora madrileña, dispuesta a mudarse a Portugal con su compañero tardío (“gracias por no dejarme envejecer solo”, dice él), un escritor argentino que habla de tú, llamado Lorenzo Gentile. Pero un encuentro callejero con una tal Beatriz nos revela que tiene una hija a quien no ve hace bastante (veremos cuánto). En ese momento, decide dejar que Lorenzo se vaya por libre y se muda a su antiguo edificio, donde comienza a escribir en un cuaderno una larga carta sin destino a Antía, la hija ausente. Allí empieza a recapitular su historia, desde la noche en que conoció a Xoan (el padre de Antía), y a modo de flashback se despliega ante nuestros ojos el devenir dramático de una familia, con sus miserias, sus pérdidas y sus abandonos. Quizás como una forma de exorcizar el dolor y las culpas, que también han ido y venido.
Tragedias contingentes
La cinta está planteada como una saga generacional, y quizás paralela a la de todas las mujeres de Almodóvar: la Julieta joven, con su pelo a lo Nina Hagen, luce contemporánea a “Pepi, Luci, Bom y otras chicas del montón” y atraviesa la época de “Mujeres al borde de un ataque de nervios” y “¡Átame!”, mientras que la Julieta madura está más cerca de la Manuela de “Todo sobre mi madre”. Y la apuesta estética está orientada hacia allí: a reforzar la situación cronológica, sin abusar de artefactos que sobrecarguen la reconstrucción de época. También en destacar el paisaje de los lugares involucrados (Madrid, Andalucía, Galicia, los Pirineos), con el concepto de que todo tiempo en la vida ha sido también un lugar: un hábitat y unos hábitos que le son propios.
Por supuesto que también hay un eje visual almodovariano en el que las referencias plásticas exceden la mera cita para entrar en el plano (la figura humana recortada contra un cuadro abstracto, las esculturas). De todos modos, es una imaginería despojada, y nunca descentrada del carácter diurno del filme (la noche está reservada para uno o dos puntos de inflexión).
Desde el punto de vista del relato, hay algo de tragedia clásica: no en el sentido de un destino manifiesto (todo lo que pasa no es otra cosa que una acumulación de contingencias) sino como artificio narrativo (como las cosas que fallan en “Edipo rey”, o el emisario que no llega en “Romeo y Julieta”), aunque con una vuelta de tuerca que podríamos pensarlo como propio del policial (el hecho de que en un punto previo al presente de la narración una conversación revela otras conversaciones previas que echan luz sobre ciertas acciones), aunque aquí el conocimiento no resuelva el entuerto: eso, si podemos decir que ocurre, lo resuelven otras contingencias de la vida.
Tracción a sangre
Suárez y Ugarte asumen el desafío de compartir un personaje y, seguramente apoyadas en la dirección, “sincronizar” su modo de mostrar las emociones, una forma de sufrir con estoicismo y en silencio: juntas se ponen al hombro la película. Inma Cuesta acepta su propio reto interpretando en diferentes edades a Ava, la escultora gallega que terció en las vidas de Julieta, Xoan y Antía. Quizás debamos introducir aquí a la histórica Rossy de Palma con su interpretación del ama de llaves Marian, tanto por su potencia escénica como por el rol eficiente del personaje.
Sobrios están los dos hombres de la vida de la protagonista: a Darío Grandinetti su Lorenzo le sale de taquito, con una serenidad proverbial, mientras que Daniel Grao entrega un Xoan Feijoo afectuoso y contradictorio. Michelle Jenner hace lo suyo como una Beatriz bastante diferente de la adolescente que interpreta Sara Jiménez. Priscilla Delgado es fresca y acertada en el rol de la Antía adolescente, la que mayor tiempo y peso tiene en pantalla (Blanca Parés tiene unos cameos como la Antía mayorcita). Joaquín Notario y Susi Sánchez suman en esta historia como Samuel y Sara, los padres de la protagonista, con sus propios dramas y una tercera en discordia de la mano de la empleada Sanáa (Mariam Bachir).
De todos ellos se vale Almodóvar para darle combustible a este relato austero sobre la soledad, la pérdida y la esperanza.