Pedro Almdóvar viene de pasar el revés más duro de su carrera. Tras la presentación de Julieta en el Festival de Cannes, y con el escándalo de "Panamá Papers" encima; su último film se transformó en el estreno con menor convocatoria en sus últimos veinte años de carrera. Sin embargo, una vez vista la película, y constatando que está a la altura de algunas de las mejores creaciones del manchego; subyace una tesis por demás inquietante: no hay lugar para la nobleza y el clasicismo en los cánones de la cartelera actual.
Y Julieta es precisamente eso. Un melodrama clásico hecho y derecho, en el que Almodóvar visita nuevamente el universo femenino e hinca el diente en la maternidad. Basándose en tres cuentos de la canadiense ganadora del Nobel de Literatura Alice Munro, el director sigue el derrotero de Julieta, una madre abatida que se enfrenta al abismo de la prolongada ausencia de su hija.
¿Hay dolor más grande para una madre que la pérdida de un hijo? Aunque parezca imposible encontrar sufrimiento más grande que ese, existe todavía uno más abrumador: la decisión de un hijo de desaparecer de la vida de su madre. Sobre esa inquietante premisa navega la película número 20 de Almodóvar; y lo hace con el aplomo necesario para no transformar el relato en un festín de golpes bajos.
Adriana Ugarte y Emma Suárez dan vida a Julieta a lo largo de diferentes etapas en una historia que atraviesa tres décadas. La elección de dos actrices que no tienen parecido físico alguno, es uno de los puntos más significativos de este film. El espectador naturaliza que esos rostros tan distintos tengan su correlato en los fuertes cambios de la atribulada protagonista. Más allá del misterio y de la causa del distanciamiento, reforzado en la omnipresente música de Alberto Iglesias, la película adquiere un espesor que sobrepasa los dramáticos sucesos que expone de manera literal. Porque además de su abanico de tragedias, Julieta recorre las luces y sombras de uno de los vínculos más complejos de la naturaleza familiar: el de madre e hija.
La culpa y la fatalidad del destino, son dos de los componentes esenciales del melodrama clásico que Almodóvar domina aquí con maestría. La imagen de esa mamá que deambula como alma en pena, es retratada con justa sobriedad. Más allá de que algunos críticos hayan señalado cierta tentación manierista, lo cierto es que Pedro no se regodea en piruetas visuales, sino que hoy más que nunca, filma con una depurada belleza que no hace alarde de virtuosismo.
Es cierto que con el paso de los años, el realizador ha perdido algo de garra emocional, y algunos incluso podrán extrañar su galería de personajes excéntricos. En esta oportunidad, la presencia de Rossy de Palma no se reduce al gesto de fidelidad o guiño al fan del mundo almodovariano. Su rol aquí funciona como puente entre aquel cine histriónico por el que el manchego se hizo famoso, y este más introspectivo, que algunos desacreditan con cierto desdén a través de etiquetas como "maduro" y "reposado".
Que una película como Julieta cuente con pocas pantallas y funciones en las salas, es un injusto declive en la consideración de uno de los cineastas más estimulantes de las últimas décadas. Lejos de amedrentarse, Pedro Almodóvar se mantiene fiel a sus convicciones y resiste con nobleza. En tiempos de una cartelera dominada por la estridencia, aquel director que alguna vez sacudió al mundo con su desenfado; hoy se transforma en el inesperado guerrillero del clasicismo.
Julieta / España / 2016 / 96 minutos / Apta para mayores de 16 años / Dirección: Pedro Almodóvar / Con: Emma Suárez, Adriana Ugarte, Daniel Grao, Inma Cuesta, Darío Grandinetti y Rossy de Palma.