Con casi 950 millones de dólares recaudados en todo el mundo, Jumanji: En la selva (2017) era no tanto una continuación de la película de 1995 protagonizada por Robin Williams como un reboot desde un nuevo punto de vista. Allí se cambiaba el juego de mesa por un videojuego que metía a los jugadores en él, misma lógica que aplica ahora su secuela.
Dirigida nuevamente por Jake Kasdan (Walk Hard: The Dewey Cox Story, Malas enseñanzas), Jumanji: El siguiente nivelvuelve a reunir al grupo de adolescentes “chupados” en la primera entrega, a quienes se suman ahora el abuelo de uno de ellos (Danny De Vito) y su ex socio (Danny Glover).
Todos ellos volverán a entrar para rescatar a uno de ellos, aunque lo harán con los avatares intercambiados. Pero no es lo único que deberán hacer, ya que también deb ensalvar al reino de Jumanji de un villano que robó una joya fundamental para mantener el equilibrio ambiental. Para eso contarán con tres vidas que, en caso de acabarse, los condenarán a permanecer dentro del juego.
La película cruza el ideario de Indiana Jones–aunque obviamente Kasdan no es Steven Spielberg- con la lógica gamer de escenarios cada vez más complejos, peligrosos y difíciles (hay desde un ataque de un grupo de ñandúes en un desierto a un grand finale dentro de una cueva). Entre medio, varias escenas volcadas a la comedia que se sostienen por el enorme carisma de Dwayne Johnson –que a estas alturas es el rostro más representativo del cine familiar de los 2010 en adelante– y el talento de Kevin Hart y Jack Black, dos comediantes habituados al exceso, pero que funcionan bien cuando están controlados.
Con una batería de efectos especiales siempre funcionales a la historia, el resultado es un film tan eficaz como carente de sorpresa, un entretenimiento vacacional tan noble como en definitiva genuino.