Técnicamente hablando, Jumanji: El siguiente nivel es la secuela del reboot de la película protagonizada por Robin Williams. Afortunadamente, su título carece de numeración, por lo que nos ahorra la discusión de si se trata de la segunda, la tercera o —según Jack Black— la cuarta entrega de la saga (el actor sostiene que Zathura – Una aventura fuera de este mundo forma parte del Universo Jumanji, y algo de razón tiene). Cualquiera fuera el caso, nos encontramos frente a una nueva entrada en esta popular serie que, desafiando unos cuantos prejuicios, se apropió del legado del clásico de 1995 y, aferrándose no tanto a su historia o personajes como sí a su premisa y tono, se ha posicionando como una de las representantes más destacables del cine de aventuras en la actualidad.
En este sentido, no es casualidad que su director sea hijo de Lawrence Kasdan, guionista de la mayor cita obligada del género: Los cazadores del arca perdida. De la mano de Steven Spielberg, la primera película de Indiana Jones propició el inicio de un periodo sumamente prolífico para el cine de aventuras durante los años ochenta. Tristemente, su inconfundible espíritu parece eludir a buena parte del cine comercial contemporáneo; lo que explicaría por qué, cuando se estrena un film que efectivamente abraza su ingenio, liviandad y sentido de la diversión, la respuesta del público es —previsiblemente— positiva. Así lo fue para Jumanji: En la jungla, y posiblemente también lo sea para su entretenida secuela.
Desprovista de solemnidades, con un innegable carisma, sentido del humor (muchas veces autoconsciente) y hasta un simpático homenaje a Lawrence de Arabia, Jumanji: El siguiente nivel trae de regreso a sus jóvenes protagonistas para una nueva aventura —lúdica y escapista, pero no por ello desprovista de emoción— al interior del famoso juego de mesa devenido videojuego. Representados por los mismos arquetípicos y encantadores avatares de la película de 2017, juntos deberán enfrentar un nuevo nivel, el cual —por fuera de su cambio de escenario— no parece alejarse mucho del que lo antecedió: su estructura escalonada, escaso desarrollo de personajes secundarios y el devenir general de la trama se sienten muy similares a los de Jumanji: En la jungla. Incluso podría señalarse que muchos de sus gags consisten en meras réplicas de aquellos que ya habían funcionado en la película anterior.
No obstante, y teniendo en cuenta que el film se encuentra atado a la lógica de un videojuego, es entendible que por momentos peque de repetitivo o que caiga en alguno de los descuidos mencionados. De hecho, Jake Kasdan parece estar al tanto de ello y trata de solventar el problema —o por lo menos disimularlo— mediante la incorporación de nuevos conflictos dramáticos (manifestados en la vida real de los personajes y resueltos al interior del juego), un mayor despliegue visual (la escena de los puentes y los mandriles, sin ir más lejos) y aún más caras conocidas en el elenco. Dentro de estas últimas, cabe destacar, se encuentran las de “los Dannys” (DeVito y Glover) y Awkwafina, cuyas adhesiones le permiten a la película seguir sacando provecho de una de las fuentes de comicidad más efectivas de su antecesora: el contraste entre los diferentes personajes y sus respectivos avatares virtuales.
Jumanji: El siguiente nivel exprime dicho recurso incorporando, a su vez, la posibilidad de que los avatares cambien de forma repentina e impredecible de un personaje a otro, lo que da lugar a algunas de sus escenas más graciosas (particularmente aquellas en las que los septuagenarios Dannys se descubren a sí mismos en cuerpos jóvenes, esbeltos y con pelo). Por otro lado, esta dinámica de máscaras intercambiables es la que propicia que una de las escenas más emotivas del film sea también una de sus más absurdas: se trata de un momento profundamente conmovedor entre dos viejos amigos que, en verdad, se desenvuelve entre una mujer asiática y un caballo. Dicho de esta manera, la escena carece de cualquier tipo de sentido pero —dentro de la lógica del relato— no sólo funciona, sino que además lo hace manteniendo un perfecto equilibrio entre el peso dramático de lo que se dice y la manera —profundamente risible— en que está siendo dicho.
Encontrándonos en una época signada por la serialización in extremis de las películas, resulta inevitable preguntarse cuántas más pueden hacerse, cuántos niveles más de Jumanji pueden jugarse, sin que la franquicia caiga víctima del agotamiento y la previsibilidad que la repetición de la fórmula acarrea. Es probable que no muchas; aunque todo parecería indicar que los propios realizadores son conscientes de tal limitación: una escena post créditos deja en claro que, en caso de existir otra secuela (¿la segunda? ¿tercera?), ésta iría por otro camino. A priori, una decisión auspiciosa que —esperamos— mantenga vivo el espíritu aventurero de Jumanji. Mientras tanto, su último nivel ya nos entretuvo bastante.