UN GIRO DE 360°
No se puede negar la vocación de Jumanji: el siguiente nivel por diferenciarse de su predecesora, En la selva. La película busca constantemente mostrarse renovadora, distinta, intentando nuevos caminos. Pero sucede algo llamativo o cuando menos paradójico: la pulsión por diferenciarse la termina llevando al mismo lugar que la anterior entrega. Es una especie de repetición involuntaria, por así decirlo.
La apuesta de Jumanji: el siguiente nivel está focalizada principalmente en Edward (Danny DeVito), el abuelo de Spencer (Alex Wolff), y Milo (Danny Glover), que en algún momento fue su amigo, aunque el vínculo entre ambos está roto. Cuando Spencer vuelve a quedar metido en el amigo, sus amigos van a rescatarlo pero Edward y Milo son también arrastrados a ese videojuego en la vida real donde cada uno de los protagonistas tiene un rol que no necesariamente quiere. En la misma premisa, ya hay un componente de abordaje del quiebre generacional, de cruce –o más bien choque- entre miradas de distinta edad, retroalimentado por la problemática previa de asumir cuerpos (y habilidades y/o debilidades) que no son propios. Desde ahí, el film de Jake Kasdan vuelve a explotar lo máximo posible las habilidades cómicas y físicas de Dwayne Johnson, Karen Gillan, Kevin Hart y Jack Black.
Ahora bien, dejando de lado la arbitrariedad con que la película pretende retornar al mundo de Jumanji –la justificación que se da es cuando menos floja-, la incorporación de los nuevos personajes (y por lo tanto, renovados conflictos) no llega a sumar realmente. Sonará un tanto prejuicioso y hasta malvado en la conclusión, pero la idea de incorporar a la trama a personajes de la tercera edad hace que todo sea más lento y cansino. Las reglas se vuelven a explicar, una y otra vez, hasta agotar el chiste, y buena parte de las acciones se lentifican, hasta quitarle dinamismo a un film que solo en algunos pasajes encuentra el ritmo pertinente y al que también le juega en contra no tener un antagonista potente. Y eso pone en evidencia el automatismo que ya estaba presente en la primera parte, que era compensado no solo por un enorme vigor narrativo, sino también por el sentido de aprendizaje grupal que impulsaba el relato.
En cambio, en Jumanji: el siguiente nivel lo que prevalece es una atmósfera de transición, por más que haya cariño por los personajes -especialmente Edward y Milo, que deben cerrar heridas mutuas del pasado para poder seguir adelante- y algunas secuencias donde la fisicidad trae consigo suspenso y un sentido de peligro imprescindible para la aventura. Los cambios y adiciones no aportan renovaciones consistentes y eso queda aún más patente a partir de una secuencia donde los roles se acomodan nuevamente para que todo quede más ordenado de acuerdo a lo que requiere cada personaje. Es como si el film se hiciera cargo de que las convenciones establecidas por la película anterior no pueden alterarse, que el orden previo no puede ser revertido y que con una reversión ya alcanzaba.
Por eso esta nueva incursión en el juego no tiene el mismo sentido lúdico ni representa un cambio más profundo para los protagonistas, que en muchos sentidos emprenden un gran recorrido para acabar en el mismo lugar que antes. De ahí que la secuencia de títulos, que abre las puertas a otra continuación, sea un indicador de su sentido de existencia: servir de transición hacia otro giro, que esperemos sea verdaderamente productivo. Mientras tanto, Jumanji: el siguiente nivel está lejos de ser revulsiva y no representa un salto cualitativo en la saga.