Homenaje y juego en piloto automático
Podemos imaginar el escenario, repetido una y mil veces en estos tiempos. Un grupo de productores de Hollywood dispuesto a ganar la taquilla sin correr demasiados riesgos sueña con exhumar algún éxito de décadas pasadas y mejorarlo con el potencial que ofrece la imaginación digital, sin perder el culto por la marca original. Ahora le tocó a Jumanji, aquel viaje a un mundo paralelo lleno de peligros, animales desbocados y, sobre todo, nostalgias de tiempos perdidos.
También podemos imaginar qué se hizo para poner en marcha esta remake. Su matriz es una suerte de algoritmo que incluye partes iguales de Jurassic Park y las películas de Indiana Jones. El resultado es una trama de diseño prefabricado en el que toda la peripecia de cuatro jóvenes marginados de distintas formas procura escapar del selvático planeta virtual al que el juego los arrastró.
La nueva aventura quedó en manos de Jake Kasdan, un director menos interesado en la multitud de descubrimientos que experimenta el grupo en una nueva realidad (y con nuevos cuerpos) que en salir a buscar un efecto humorístico alcanzado en muy pocas ocasiones. Entre otras cosas, porque Jack Black y Kevin Hart interpretan casi el mismo papel (el comic relief del grupo), y las situaciones cómicas dependen de clichés archiconocidos, aplicados con escasa eficacia.
Sólo queda como consuelo un par de genuinos disfrutes: la perfección del portentoso trabajo de los cientos de especialistas en efectos visuales y (otra vez) el enorme carisma de Dwayne Johnson, que sabe tanto de acción como de comedia física.