Otra vez los bombos y los peligros de la selva. Otra vez los felinos salvajes, los cazadores, los hipopótamos y rinocerontes. Otra vez un juego que se vuelve realidad. Sí, otra vez Jumanji. La fábrica de la nostalgia hollywoodense no descansa. Toda franquicia que alguna vez haya sido popular es digna de ser relanzada. Sin embargo, a pesar de la fría lógica comercial que la gestó, esta nueva aventura selvática es la primera sorpresa del año.
La Jumanji de 1995, con Robin Williams, Bonnie Hunt y una joven Kirsten Dunst, nunca fue una maravilla, pero logró ser un éxito. Para una generación de millennials, perdura como un recuerdo de la infancia. Diez años después, se estrenó Zathura, un film complementario, que repite el concepto aunque con otros personajes. Como su predecesora, es la adaptación de un libro del ilustrador Chris Van Allsburg y cuenta una historia similar: unos adolescentes prueban un misterioso juego de mesa y, al hacerlo, ven cómo cobran vida los leitmotivs del tablero. Cambian los elementos visuales y genéricos –en vez de animales y plantas carnívoras, hay naves espaciales y extraterrestres–, pero la premisa es la misma.
Ahora asistimos al estreno de Jumanji: En la Selva, que, con Jumanji y Zathura, integra una suerte de trilogía. Aporta, sin embargo, algo novedoso: los jugadores ya no interactúan con un juego de mesa sino con un videojuego. Esto implica otras reglas, otras convenciones y clichés, propias del medio electrónico. Niveles, vidas, misiones, códigos de vestimenta. Los jugadores se transforman en dobles digitales, en avatares. Habitan un mundo virtual y programado. Nos recuerdan menos a sus pares en las otras integrantes de la trilogía y más a los protagonistas de Tron y el animé Sword Art Online, también atrapados en videojuegos.
Los jugadores del Jumanji digital son cuatro adolescentes, compañeros –pero no amigos– en una secundaria típicamente estadounidense. Por distintos motivos, reciben la misma sanción disciplinaria: deben limpiar elsótanode la escuela y reflexionar sobre sus vidas. Como en El Club de los Cinco, el cuarteto castigado está compuesto por integrantes de distintas tribus escolares: hay dos nerds, un deportista y una chica popular. Obviamente, la limpieza y la introspección duran poco. En el sótano encuentran una consola cubierta de polvo. La conectan a un televisor, la encienden, eligen a sus avatares e inician una partida. Es entonces cuando son transferidos, mágicamente, al entorno virtual, donde adoptan las identidades que seleccionaron al azar: los nerds se convierten en atléticos exploradores y luchadores; el deportista, en un zoólogo sin muchas aptitudes físicas; y la chica, en un cartógrafo con exceso de peso.
Jumanji: En la Selva, de más está decir, no tiene pretensiones shakesperianas, pero, como en algunas comedias del bardo inglés, los actores interpretan, al mismo tiempo, dos personajes, uno que juega y otro que es jugado. De ahí surge el humor. Dwayne Johnson, con el carisma que lo caracteriza, es un Indiana Jones fisicoculturista y un chico miedoso. Jack Black, un experto en mapas y una adicta a Instagram. Kevin Hart, una armería caminante y una promesa del fútbol americano. Y Karen Gillan, veterana de la serie
británica Dr. Who, es una artista marcial y una chica tímida e introvertida. El tema de la máscara, de la distancia entre lo que parece y lo que es, tiene un largo recorrido en la historia de la comedia. (Pensemos en Tootsie, en Victor/Victoria, en Desde el Jardín). Acá es reformulado de manera simple y pochoclera, sin muchos matices pero con energía y dinamismo. Black y Gillan, especialmente, logran que los chistes más zonzos, que en manos de otros actores darían vergüenza ajena, parezcan genialidades.
Cerca del final, hay algunas incursiones sentimentaloides. Los protagonistas, al arroparse en pieles y músculos ajenos, descubren que su esencia espiritual no depende del cuerpo que adopten, o algo así. Lo que no quita que Jumanji: En la Selva sea divertida y eficiente. Sin duda, será recibida con escepticismo por los fanáticos de la original, especialmente tras ver Power Rangers y Día de la Independencia: Contraataque, otros intentos recientes –y bastante fallidos– de revivir franquicias de la década del noventa. Pero, ya sea por accidente o por la pericia de los involucrados, este intento salió mucho mejor de lo que se preveía.