"Jungle Cruise": del parque de diversiones al cine
En épocas de tanques cada más grandes pero muertos, esta modesta aventura familiar puede ufanarse de tener algo de vida en su interior. Al menos por un rato.
Como nueve de cada diez películas familiares de Hollywood de la última década, Jungle Cruise fue otra cosa antes de devenir en largometraje. Pero la flamante producción de Disney –que se estrena este jueves en salas y mañana viernes en la plataforma Disney+ con pago extra de 1050 pesitos– no es una secuela ni la prolongación de una serie o un libro, así como tampoco incluye el temible rótulo de “basada en una historia real” al inicio de los títulos. Los orígenes de Jungle Cruise hay que buscarlos en Orlando, más precisamente en uno de los juegos de los parques de diversiones del Tío Walt. Un origen similar al que hace casi 20 años tuvo Piratas del Caribe, lo que permite entender las similitudes entre una y otra. Empezando por una trama que intenta recuperar las postas más clásicas de los relatos de aventuras decimonónicos, aquellos en los que cada curva del río, cada metro avanzado en terreno desconocido, abre la posibilidad del riesgo y la sorpresa. Y siguiendo con un despliegue visual tan apabullante como despersonalizado, dado que la mayor parte de las criaturas y los escenarios, sobre todo en la segunda de sus dos horas de duración, están realizados por computadora sobre fondos verdes.
Filmada en 2018 y con una fecha de estreno postergada dos veces –la primera, en 2019, por decisión comercial de Disney; la segunda, en 2020, por la pandemia–, Jungle Cruise arranca con una reunión en un coqueto edificio londinense en la que se plantean las directrices principales del recorrido por venir: parece que en el Amazonas hay un árbol mágico cuyas flores, llamadas Pétalos de Luna, son capaces de curar unos cuantos males. Una promesa por demás tentadora tanto para el malvado príncipe alemán Joachim (Jesse Plemons) como para la buscadora de tesoros Lily Houghton (Emily Blunt), quien junto a su hermano MacGregor (Jack Whitehall) cruza el Atlántico para adentrarse en la selva. Pero para serpentear los ríos necesitan un barco, y nada mejor que alquilar el que timonea el bonachón de Frank Wolff (Dwayne “The Rock” Johnson, cuerpazo emblemático del cine familiar de los últimos quince años). Hay una chispa evidente entre Johnson y Blunt, una precisión en las interacciones humorísticas propia de quienes creen en lo que hacen y que comúnmente se llama “química”. En épocas de tanques cada más grandes pero muertos, Jungle Cruise puede ufanarse de tener algo de vida en su interior. Al menos por un rato.
El viaje presenta múltiples e inevitables desafíos, desde cataratas kilométricas que deben ser sorteadas a último momento hasta las persecuciones de Joachim, pasando por el enfrentamiento con distintas comunidades indígenas. Algunas representan un verdadero peligro; otras están contratadas por Frank para quedarse con los mapas que dirigen hasta el botín. Esos engaños, predecibles, ilustran la voluntad lúdica, inofensiva e inocentona de la primera parte de la aventura. Hasta que se descubre que, en realidad, Frank es alguien distinto a quien dice ser, dando el puntapié para una subtrama que incluye un grupo de piratas como flamantes villanos. Y se sabe que la sumatoria de contrafiguras no suele dar buenos resultados. Jungle Cruise, entonces, pierde el leve encanto demodé que tenía hasta entonces, enredándose en varias secuencias que, desde ya, dejan todo armado para una segunda película.