Una aventura exótica tapada por el ruido, la velocidad y el exceso de efectos digitales
Entre Indiana Jones y Piratas del Caribe, la nueva apuesta de Disney se pierde de una trama enmarañada que no parece conducir a ningún lado
Ni el carisma de Dwayne Johnson ni la convicción con la que Emily Blunt se transforma en equivalente femenina de Indiana Jones logran mantener a flote este ruidoso y exagerado esfuerzo de Disney por convertir otra de las clásicas atracciones de sus parques temáticos en una aventura exótica que trata de repetir la experiencia de Piratas del Caribe.
Los navíos corsarios son reemplazados aquí por un modesto barco que al comando del capitán Wolff (Johnson) navega por las profundidades del río Amazonas en 1915, en busca de un pétalo que garantiza la cura de todas las enfermedades. La aventurera Blunt se mezcla allí con un codicioso príncipe alemán que los persigue en submarino y los ecos de una vieja maldición sobre antiguos conquistadores españoles.
Los personajes se pierden en una trama tan enmarañada como la selva amazónica. Entre la velocidad del montaje, la estridencia de la banda sonora y la superabundancia de efectos digitales las escenas de acción se entienden muy poco. Todo se transforma en una gigantesca montaña rusa en la que apenas se nota el aporte de un director tan competente como Jaume Collet-Serra. Este proyecto impersonal parece haber sido hecho en cambio por ejecutivos de marketing que no entienden la diferencia entre el vértigo y la verdadera emoción. Y que parecen más interesados en sumar a la trama oportunos apuntes de corrección política que a sostener el genuino espíritu de una gran aventura.