Inglaterra, comienzos del siglo XX, Lily Houghton (Emily Blunt) necesita algo. La doctora en botánica es tenaz, y lo va a conseguir. Así se despliega la escena inicial en una especie de museo o asociación, donde el humor físico es protagonista. Lily hace malabares utilizando su cuerpo para salir con el antiguo y preciado objeto que fue a buscar, mientras su hermano MacGregor (Jack Whitehall) anuncia antes los miembros de la institución un discurso poco convincente.
Este será el punto de partida para que los hermanos se embarquen en una gran aventura por el Amazonas, en busca de una flor mágica (con poderes curativos), que su última pista para encontrarla data de la época de la conquista. Más específicamente a través de un elaborado mapa. Claro que para llegar al inhóspito lugar, necesitan alguien con experiencia, y es así que el destino los une al capitán Frank Wolff (Dwayne Johnson).
Un hombre lleno de deudas que realiza viajes para turistas en un crucero algo destartalado (de aquí la inspiración de la película, de un juego del parque de atracciones de Disney). Tigres furiosos, enemigos reales y fantasmáticos, alimañas de todo tipo; este trio se tendrá que enfrentar a los peligros (también secretos) que oculta la selva entre su frondoso follaje.
Jungle Cruise, dirigida por Jaume Collet-Serra, tiene a disposición una narración vertiginosa y bastante superficial, pero que respeta los tópicos del viejo cine de aventuras. Las situaciones dificultosas suceden casi sin respiro, dejando no solo exhaustos a sus protagonistas, también al espectador. Entre tanto estímulo y elementos digitales vomitados en la pantalla, se hace difícil respirar y reconstruir la historia. En este punto se asemeja mucho a la última entrega de Piratas del Caribe.
Equilibran este elixir barroco, el buen delineado de los personajes, como por ejemplo que nuestra investigadora sea audaz, inteligente, se las arregle por si sola, y pueda enfrentar a la misoginia científica de la época (además amamos a Emily); así como la química que existe entre esta pareja power, en donde a pesar de las apariencias físicas y los mandatos sociales de la época, se subvierten ciertos preconceptos establecidos. Reciclen el barquito, porque se viene la franquicia.