Una demostración de que hay actores que comprenden el cine. Que saben, por ejemplo, dónde está puesta la cámara y cómo hacer para que capte el gesto justo para causar una emoción, una sonrisa; en suma, la pura empatía imprescindible para que creamos en los personajes y los acompañemos con gusto. Michael Douglas y Diane Keaton están, en este sentido, en el dominio absoluto de sus personajes. Aquí trata ese momento en que un señor voluntariamente gruñón, vendedor inmobiliario, se prepara para gacer sus últimas ventas y retirarse. Pero se cruza con una nieta inesperada y una vecina con el rostro y los modales de la Keaton. El material es el que suele terminar en tortas mal edulcoradas, y dado que Rob Reiner (que alguna vez hizo “Cuando Harry conoció a Sally”, “Cuenta conmigo”, “Misery” y “Cuestión de Honor”) viene en baja, podríamos desconfiar. Pero aunque el film es imperfecto y a veces cae en el lugar común perezoso, los intérpretes construyen personajes en los que podemos creer, les sacan punta y ventaja a los momentos donde manda el humor y no caen nunca en el mohín edulcorado. Los personajes secundarios, de paso, están diseñados con precisión y son funcionales a la trama. Y lo que falta en creatividad cinematográfica abunda en clasicismo sin chiches y una manera directa de comunicar las emociones de los personajes sin subestimar al espectador. Una prueba, pues, de lo que Hollywood sabe hacer mejor sin necesidad de pretender una obra maestra.