Jurassic World 3: Dominio

Crítica de Daniel Núñez - A Sala Llena

APURATE QUE ME MEO

Crónicas Jurásicas

Me hago cargo. Soy un fanático de los dinosaurios. Tal fascinación por estos bichos extintos y curiosos jamás mermó y, por el contrario, sigue latente en mí a mis casi 40 años. Lo que conlleva ser casi fan de cualquier película que los tenga como protagonistas, sea ésta de dudosa factura técnica o no. Desde la King Kong original de 1933, pasando por El valle de Gwangi y su enfrentamiento entre dinos y vaqueros; las de animación Pie Pequeño, las baratas y berretas Carnosaur y, sin lugar a dudas, la saga de Jurassic Park. Por lo que sería un disfrute absoluto para este humilde servidor escribir y asistir a la privada de la nueva y última parte de la franquicia iniciada por Steven Spielberg en 1993.

Hacía frío, mucho frío. La función era a la mañana. Las espectativas sobre la película eran 50/50. No depositaba demasiado entusiasmo, pero sabía que ver dinosaurios rompiendo todo en el IMAX sería al menos despertar al niño que abraza el espectáculo por sobre el contenido, y mis manos estarían atornilladas a los posabrazos de las butacas. Las emociones estaban ahí, pero siempre cauteloso de que no me tomen por asalto. En medio de la espera, entre anuncios y el frío que se acumulaba en los huesos después del viaje, comencé a sentir las ganas de ir al baño. Si, a orinar. Algo normal en mí y en cualquier mortal que enfrente el frío, principalmente matutino. En fin, las luces se apagan. El logo de la Universal gira, y casi como una leyenda viviente de las majors que sobrevivieron a una posible extinción, arranca el espectáculo. Trato de contener mis ganas de ir al baño por miedo a retirarme en medio de la función y perderme algún momento medular o al menos que pueda disfrutar al máximo en semejante pantalla. La película arranca, las cosas van bien: el inicio es simpático a su vez que inteligentemente resuelto. Un comprendido de imágenes de redes sociales, etc. que son el resultado del mundo siendo de a poco conquistado por los dinos. Buen recurso. Bien ejecutado. Le siguen una secuencia digna de un western: Chris Pratt cabalgando en caballo junto a otros dos jinetes, intentando, lazo en mano, atrapar a un Parasaurolophus de una manada que huye en un paraje casi de una épica Fordiana. La cosa pinta bien. Esto va a funcionar. Lo que en un sentido me hizo olvidar mis ganas de ir al baño.

La historia, entonces, es más o menos así. Pratt y Dallas Howard adoptan a la nena clonada de la anterior Jurassic, ahora una adolescente de 14 años que se encuentra aislada en una cabaña junto a la pareja en medio de la nada y que se le tiene prohibido ir al pueblo. Al parecer, el mundo es un lugar peligroso y ambicioso que la puede exponer a riesgos mortales. Y no se equivocaban. Unos mercenarios irán tras ella y la cría de una velocirraptor que al parecer tiene un enorme valor científico. Como es de esperar, la niña es secuestrada junto al pequeño raptor, por lo que nuestra pareja protagónica deberá ir tras sus pasos y así recuperarlos. Hasta acá todo funciona bien. Uno supone a The Searchers de Ford en medio de un choque entre humanos y dinosaurios. Atractivo, épico y hasta fundacional, en conceptos de cinefilia medular. Todo marcha bien. Hasta que nos transportan a Malta, si, Malta. Lugar donde se llevan a la niña y dónde se desata una trama de espionaje medio remanida que recuerda los thrillers detectivescos y de acción de los ‘90, en medios de caprichosos escenarios exóticos. La película empieza a caer en picada. A todo esto se le suma una piloto tan bella que no entendemos cómo no se dedicó al modelaje y que se une a la pareja en su cruzada por recuperar a la pequeña. Ella, al parecer, es llevada a un último punto: una enorme reserva de dinos a su vez que laboratorio donde se insiste en seguir experimentando y jugando a ser dios. Allí, medio camuflados, tenemos a Sam Neill, Laura Dern y Jeff Goldblum ( la santísima tríada de la Jurassic original) jugando, también, a los espías intentando violar la seguridad del complejo para tomar muestras de una especie de langosta que está sembrando el pánico agropecuario. Ya para ese entonces, mis ganas de ir al baño eran más fuertes que las ganas de ver dinosaurios peleando. Algún bostezo se me escapó en medio de largas charlas sobre ingeniería genética, el siguiente paso de la ciencia, la trama que intenta ser más grande que una simple película de aventuras y un discurso progresista que por momentos de tan obvio y tirado de los pelos, por no decir vergonzoso y forzado, me arrastraban a tener mí mente pendiente de un toilette reluciente y limpio.

Colín Trevorrow, director de Jurassic World, de 2015, crea acá un pastiche inconsistente dónde la épica, que parecía proponer no despega jamás y los guiños a las anteriores entregas de la saga y su preocupación por comprarse a los fanáticos de la misma son más importantes, al parecer, que narrar bien una historia. Todo luce forzado, desde la intervención de los científicos de la Jurassic original, hasta su discurso feminista (prestar atención a ese modelo de mujer perfecta del futuro y su innecesaria participación en una saga como ésta) que responde más a agendas políticas de hoy en día que a la necesidad de hablar sobre una visón del mundo determinada. Contenidismo de nuevo siglo y un “al carajo” todo. Todas las Jurassic tienen mujeres independientes y fuertes, inteligentes y tenaces, sin la necesidad de subrayar ni abrazar ninguna ideología en particular. Son mujeres de aventuras hawksianas, dispuestas a arriesgarse tanto o más que cualquier hombre o héroe.

Ya para ese entonces tenía ganas de salir rajando al baño. Pero faltaba una media hora más o menos para que terminara. Supuse que vendría algo mejor, o al menos no tan malo como la hora y pico que había pasado. Hora y media gratuita, de acción que ya vimos miles de veces, efectos especiales que ya no sorprenden y una banda sonora horrenda, la cual suponemos John Williams debe estar preguntándose si fue buena idea retirarse del negocio cinematográfico.

Para cuando la escena final se desata yo tenía la vejiga que reventaba: es tan genérica y poco imaginativa como todas las secuencias que pasaron por esta obra medio disparatada y muy distante de lo que arrancó siendo en los 90. Mí mente se dividía entre una gloriosa entrada al baño y lo que quería que sucediera en pantalla pero a su vez jamás llegaba.

Si, hay un par de momentos inspirados, más al inicio ya mencionado. Pero el film se diluye minuto a minuto en capas discursivas, momentos azarosos, algunos increíblemente aburridos y toda una parafernalia que solo puede sorprender al más naif de los espectadores. Todo mientras suplicaba que de una vez por todas, termine. Cuando al fin sucedió, salí raudamente hacía la gloria: los generosos e impecables baños. Allí abrace un final digno. Ah, ¿Y la película? Mala, realmente mala. Aún para un fan Jurásico que mucho no esperaba. O al menos que no le tomen el pelo y le entreguen una de aventuras pura y dura sin tanto discursito bañado en ciencia ficción bien pensante y altruista.