Los dinosaurios están más vivos que nunca en la tercera entrega de la segunda etapa de la franquicia creada hace casi 30 años por Steven Spielberg –que aquí oficia como productor ejecutivo– utilizando como base la novela de Michael Crichton. Se trata de una película que abraza un espíritu cercano al de la primera trilogía, poniendo en el centro del relato las brutales consecuencias de las ambiciones humanas.
La acción transcurre unos años después de la liberación masiva de dinosaurios de El reino caído (2018) y encuentra a los reptiles insertados de manera relativamente armónica en el ecosistema actual. Los “villanos”, entonces, no son los dinosaurios sino aquellos hombres movidos únicamente por la búsqueda del lucro y la ambición de poder.
Así ocurre ahora con el dueño de una poderosa empresa de biotecnología llamada Biosyn, que modifica el ADN de unas langostas jurásicas para que deglutan todas las plantaciones, excepto aquellas nacidas de las semillas de la empresa. Mientras tanto, la nieta del fundador del Parque Jurásico original es secuestrada debido a un motivo que no conviene develar.
El secuestro pone en movimiento a Owen (Chris Pratt) y Claire (Bryce Dallas Howard), quienes parten en su búsqueda, al tiempo que Ellie (Laura Dern), anoticiada de la voracidad de las flamantes langostas, se reencuentra con Alan (Sam Neill) para averiguar más acerca del caso.
El grupo, junto a Ian Malcolm (el infalible Jeff Goldblum), confluye en una inhóspita zona italiana donde Biosyn tiene, además de su base de operaciones, una reserva natural para los dinosaurios. No pasará mucho tiempo para que las cosas se salgan de control, iniciando así una lucha cuya meta no es otra que la supervivencia.
Los regresos de Neill y Dern al universo jurásico trascienden el carácter de guiño cómplice. Sí, es cierto que verlos nuevamente rodeado de dinosaurios dispara la memoria emotiva de los espectadores más veteranos. Pero también que es la huella más visible del intento de Jurassic World: Dominio de regresar a las bases espirituales de la saga.
Lo hace apostando más por la aventura que por el apabullante despliegue audiovisual, además de por un ritmo ágil pero nunca frenético impreso por el director de Colin Trevolow, que demuestra un pulso firme para escenas de acción de escala humana.
Detalle final: el dinosaurio más peligroso de la película es el gigantosaurio, “el carnívoro más grande que haya habitado alguna vez el planeta”, como lo define el personaje de Neill. Sus restos fueron encontrados en la provincia de Neuquén en 1993. Argentina, otra vez, cuna de gigantes.