La saga de los dinosaurios inaugurada con Jurassic Park en 1993 (película dirigida por Steven Spielberg a partir de un best seller de Michael Crichton) es de ese tipo de espectáculo que puede continuar con todas las entregas que quiera porque siempre es un entretenimiento rendidor para el público amante del cine en pantalla grande.
Dirija quien dirija, y por más que estén llenas de altibajos, las películas del parque jurásico posibilitan el despliegue total del arte cinematográfico, dando lugar a que los efectos visuales hagan realidad cosas tan improbables como que tengamos que convivir con esos enormes animales que habitaron la Tierra hace millones de años.
Jurassic World: Dominio, sexta entrega de la franquicia y tercera parte de la segunda etapa iniciada con Jurassic World en 2015, retoma los hechos de Jurassic World: El reino caído (2018) y se ubica cuatro años después de la destrucción de Isla Nublar, cuando los dinosaurios quedaron sueltos y dejaron la incógnita de qué pasará ahora que son los nuevos viejos integrantes del planeta.
Con el elenco estable encabezado por Chris Pratt y Bryce Dallas Howard, acompañados por los protagonistas de la saga original como Laura Dern y Sam Neill, cuyos personajes se reencuentran después de muchos años, y la participación de Jeff Goldblum como Ian Malcolm, la película vuelve a plantear temas tan importantes como actuales.
El laboratorio Biosyn, liderado por Lewis Dodgson (Campbell Scott), realiza experimentos con ADN de dinosaurio en langostas con el fin de encontrar la cura a muchas enfermedades. Pero lejos de alcanzar los resultados deseados, los experimentos generan una invasión de estos insectos (ahora más grandes que lo normal) y la consecuente baja de maíz y trigo en los campos, lo que puede llevar a una hambruna mundial, entre otros peligros para el medio ambiente.
Por otra parte, que los animales prehistóricos estén en cautiverio en el valle donde se encuentra el laboratorio, y otro tanto ande libre por el mundo, genera todo un mercado negro, lo que lleva a la película a una zona nunca antes explorada, con recovecos subterráneos en varias partes del mundo y antros de mala muerte en los que se venden a los animales como mercancías de mucho valor.
Colin Trevorrow vuelve a la dirección (dirigió la primera Jurassic World), después de cederle el mando a J. A. Bayona en El reino caído, para dotar a la película de la mística que supo tener la trilogía original y del sentido de la aventura marca registrada de Spielberg (quien acá hace de productor ejecutivo), con secuencias que son un prodigio de la acción a máxima velocidad.
La subtrama con Maisie (Isabella Sermon), la niña clonada, también es algo que suma porque es quien se va a complementar con Beta, la hija de la velocirraptor Blue, nacida casi de la misma manera experimental que Maisie.
En la historia resuena un mensaje que nos dice que habrá que acostumbrarse a convivir con la amenaza de la naturaleza, porque nada se podrá hacer si no controlamos la ambición de poder. Es decir, es una película de ciencia ficción, ya que plantea la posibilidad de una sociedad que puede existir si se dan determinadas condiciones.
Es cierto que la película tiene resoluciones mecánicas y que le falta profundidad en el tema que plantea y más consistencia en el desarrollo de los personajes. Sin embargo, Trevorrow retoma la esencia de la franquicia con un manejo de la narración que no distrae un segundo, además de dejar planteadas ciertas cuestiones del estado del mundo actual.