La era referencial devora a la artística
Es el fin de la saga del Mundo Jurásico, ¿pero realmente valió la pena continuarla?
Dinosaurios. Criaturas milenarias que encontraron su extinción hace millones de años caminan ahora entre nosotros. Como si de una prueba existencial se tratara, los más expertos en el tema deben enfrentarse a la disyuntiva que los pone en jaque: ¿Es posible que estos seres, ya extintos por el mero paso de la evolución, convivan con los seres humanos? Esta pregunta es planteada y respondida en una película que logra, a través de un viaje audiovisual que la sitúa entre las obras más importantes de la cinematografía mundial, implantarse en el inconsciente del espectador como un blockbuster inteligente, espectacular y hasta necesario. Necesario para entender que dentro de estas obras también descansa la búsqueda artística, utilizar las herramientas más puras del séptimo arte y plasmarlas en un lienzo que demuestre el poderío del equipo que trabaja detrás. Esta película es Jurassic Park, estrenada hace 28 años.
Con dos secuelas en su haber (una dirigida por el mismo equipo técnico original) y una nueva trilogía para las generaciones futuras, es innegable pensar el verdadero motivo de cuya existencia: ¿Merchandising o trascendencia? Alejándose cada vez más de aquella obra de Michael Crichton y de su disyuntiva científica, la trilogía de Jurassic World decide avocarse enteramente al espectáculo de masas, en donde el señalar con el dedo las diversas especies de dinosaurios que aparecen en pantalla y acompañar a héroes de acción enteramente acartonados es la base fundacional de sus películas, generando una inmediatez en las ganancias a obtenerse y un retraso en el pensamiento crítico y analítico que pueda quedar a posteriori. ¿Por qué? Porque no hay análisis profundo que valga sobre la trama que se sugiere o el conflicto de sus personajes, ya que su pobre ejecución y resultado sirve solo para replantearnos hacia dónde la recaudación de trillones entierra, descaradamente, la búsqueda de contar algo que trascienda a futuro.
Presentándose como el final de la trilogía, e insolentemente de “la saga”, Jurassic World: Dominion pone el moño al conflicto que inicia en la primera entrega, enteramente ligado a la pregunta que planteó la película original: ¿Pueden subsistir ambas especies sobre el mismo suelo? Pero en dónde hubo una búsqueda intelectual y racional, evidenciando que los dinosaurios no son más que criaturas que buscan su propia supervivencia, ahora queda un lienzo pastiche y meloso que se preocupa en retratar momentos emotivos y carentes de sentido.
“¿Le hiciste una promesa a un dinosaurio?” Le pregunta Ian Malcom (Jeff Goldblum) al personaje de Chris Pratt. Sí, porque el sentimentalismo barato es más fácil de digerir.
Pudiendo centrarse en la espectacularidad que presenta el inicio del film, los dinosaurios vagando por los distintos rincones del planeta, poniendo en jaque nuestra rutina capitalista, el film decide apoyarse en los vestigios de su antecesora; un clon, producto de un empresario loco, es criado por Owen (Chris Pratt), un domador de Raptors, y Claire (Bryce Dallas Howard), una ejecutiva del parque temático que, de una entrega a otra, logró recurrir a su consciencia y ahora se define como una salvadora de dinosaurios en cautiverio.
El verdadero problema no es el planteamiento inicial, que logra generar cierto interés pasatista, sino lo que sucede luego del detonante y su respectivo primer acto. Como si la supervivencia del ser humano frente a criaturas titánicas no fuera suficiente, el director Colin Trevorrow decide delimitar la zona de acción de nuestros protagonistas en, otra vez, una isla que busca estudiar a los dinos con fines enteramente científicos, en donde los avances pueden traer resultados a enfermedades y problemas genéticos. Por supuesto, la cabeza detrás de toda esta parafernalia tiene otras intenciones, malévolas y estúpidamente ligadas a una trama forzosa, que pone en juego mercenarios, nuevos dinosaurios modificados genéticamente y explicaciones narrativas para justificar los errores de las anteriores entregas.
Y, como si fuera poco, el recurrir a los personajes de la película original, como Alan Grant (Sam Neill), Ellie Sattler (Laura Dern) e Ian Malcom, termina de sentenciar al film en una búsqueda desesperada que da manotazos de ahogado hasta que logra agarrarse de la cuerda del momento; la nostalgia.
De esta forma, denigrando a los personajes a situaciones genéricas que sirven para acceder al inconsciente del espectador y que este asocie el remate actual con lo que el personaje supo ser en el pasado sólo para generar una sonrisa insulsa, la culminación de esta “Era Jurásica” es tan desabrida e ingenua que se define como el sueño mojado de un espectador que solo busca deleitarse con la inmediatez de la situación; Dinosaurios, Chris Pratt y el Theme de John Williams.