UN MUNDO PEQUEÑO
Debo admitir que disfruté medianamente de Jurassic World Dominio, pero que al mismo tiempo me cuesta encontrar una justificación medianamente razonable para ese disfrute. Se podrá apelar a la necesidad de pasarla bien sin pensar demasiado, a la típica frase “es una película pochoclera”, pero creo que, finalmente, todo tuvo que ver con las expectativas: esperaba muy poco de una saga que ya consideraba agotada, luego de una primera parte que, a pesar de sus méritos narrativos y de puesta en escena, lo que hacía era actualizar mínimamente el argumento original, sin llegar a innovar demasiado; y de una segunda entrega, El reino caído, que tenía un arranque prometedor, para luego enredarse en demasía y caer en una trama de encierro tan enredada como irrelevante. Por eso, quizás, los pocos hallazgos de este cierre terminaron pesando más que un argumento que, en cuanto se lo piensa un poco, se cae a pedazos.
Lo cierto es que Jurassic World Dominio tenía algunos elementos que podían jugar a su favor: desde el planteo (que retomaba el final de El reino caído) de un mundo donde los dinosaurios comenzaban a interactuar con todas las especies, incluida la humana, a escala planetaria; hasta los retornos de Sam Neill, Laura Dern y Jeff Goldblum, protagonistas de la trilogía de Jurassic Park, con todo lo que implicaban sus respectivos legados. Estaban dadas las condiciones entonces para una salida del esquema de repetición y encierro -por más que sea en espacios inmensos como los parques de diversiones- al que parecía sometida la franquicia, además de una posible línea narrativa que potenciara la oscuridad que siempre la sobrevoló. Y algo de eso asoma en la película, principalmente en su primera mitad, que va de un lado al otro del mundo con bastante vértigo. Esa alternancia espacial le permite disimular un poco las incoherencias e indecisiones de un relato que saca de la galera una amenaza para la provisión alimentaria a escala global, producto de un experimento tan ambicioso como fallido de una corporación que quiere sacarle todo el jugo posible a las posibilidades que plantea la combinación de ADN de los dinosaurios con el de los humanos.
Esa especie de thriller corporativo con condimentos de acción termina conduciendo, en la segunda mitad del film, a otro lugar donde los dinosaurios están supuestamente contenidos y bajo control hasta que no, hasta que los desmedidos deseos de un empresario malvado (un Campbell Scott totalmente desdibujado) hacen que todo estalle por los aires. Ahí es donde queda claro que Colin Trevorrow, director y coguionista (que ya había cumplido un rol similar en Jurassic World), no tiene la capacidad o el atrevimiento suficiente para contar algo realmente nuevo. Por eso Jurassic World Dominio queda condenada a reincidir en los ya clásicos discursos moralistas sobre los peligros de la ciencia cuando choca con la naturaleza; desperdicia la iconicidad que podían transmitir Neill, Dern y Goldblum, que cumplen papeles poco relevantes; y a lo sumo se conforma con delinear una aventura de conformación familiar relativamente aceptable.
Hay sí un puñado de secuencias de acción y algunas ideas narrativas que nos indican la película que podía ser Jurassic World Dominio y que finalmente se resigna a no ser. Ahí tenemos, por caso, una instalación clandestina donde una variopinta galería de criminales trafica dinosaurios con diversos orígenes y destinos; y una vibrante doble persecución urbana en Malta con dinosaurios, motos y camiones destruyendo media ciudad. Son elementos disparatados y divertidos, que insinuaban una historia más ambiciosa y potente, pero que nunca llegan a ser más que chispazos creativos en una película que se conforma con poco y que incluso se autoboicotea en sus propósitos de ser una clausura recordable y cautivadora. En Jurassic World Dominio rara vez aparece la sensación de peligro y miedo, porque se imponen fórmulas que son mínimamente efectivas, pero nunca disruptivas.