No se puede estar tanto tiempo opinando lo mismo sin al menos quejarse por tener que opinar siempre lo mismo. Desde el comienzo de los créditos de “Jurassic Park” (Steven Spielberg, 1993), hace más de 25 años, tres cosas quedaron claras. La primera, era la de estar frente a una obra genial que además iba a marcar un antes y un después en la historia de los efectos especiales. Nada iba a ser lo mismo desde entonces. La segunda, fue la claridad de concepto como para entender que ya estaba todo contado y el mensaje entregado. Seguir adelante iba a ser entrar en un terreno repetitivo. La tercera, nos trae hasta el estreno de hoy: las secuelas dan mucha plata en Hollywood aunque nadie se pregunte por el argumento.
De esta forma se puede repetir ochenta veces el mismo guión y su estructura. O sea que en “Jurassic World: El reino caído· es de esperar la reiteración de la totalidad de los elementos instalados en la original. Se vuelven a mencionar los mismos experimentos, la explicación de cómo se obtuvieron los dinosaurios, y la presencia de la corporación (que sigue queriendo facturar en grande). La rama ecologista del asunto también da el presente, y por supuesto se habla del peligro de la manipulación genética, aunque esto último ya ni siquiera se decanta por efecto de las acciones como para que el espectador piense. Directamente la apertura y el cierre del film son con una cara conocida y familiar como la de Ian Malcom (Jeff Goldblum), quien siempre se opuso a la creación de éste parque temático frente a un comité gubernamental para fundamentar lo que todos los espectadores del mundo ya saben.
J.A. Bayona, el director de “Lo imposible” (2012) y “Un monstruo viene a verme” (2016), se pone al hombro un guión de argumentación muy endeble para la saga y logra, gracias al ritmo y a la enorme cantidad de “homenajes” a Spielberg, un producto entretenido para los paladares no muy exigentes. Es decir, no es el capitán el que timonea mal, sino la calidad del barco.
La famosa isla de los dinosaurios colapsa por culpa de un volcán que vuelve a hacer erupción, pero antes de que esto ocurra el mandamás de la empresa, Eli Mills (Rafe Spall), decide convocar nuevamente a Claire (Bryce Dallas Howard), militante proteccionista de los dinosaurios, y a Owen (Chris Pratt) quien, como recordarán, se comunica bien con Blue, el velocirraptor de la anterior. Ambos deben ir a rescatar a la mayor cantidad de dinosaurios posibles para trasladarlos a otra isla y salvarlos.
En el aspecto de forma es donde esta quinta parte gana terreno. El prodigio de los efectos especiales a favor del vértigo de la acción es lo que justifica entrar en el cine, a lo que se suman buenos momentos del humor ya propuesto antes, y un buen trabajo del elenco dado el material con el que deben lidiar.
Por otro lado, habrá un giro bastante obvio sobre el destino de estos dos, pero no será lo único obvio en esta historia. Es como si los escritores Derek Connolly y Colin Trevorrow se hubiesen preguntado “¿qué haría Steven Spielberg?”, en lugar de pensar algo por ellos mismos para salirse de la fórmula. En las pocas páginas hechas por su cuenta escribieron lo único que el director de “La lista de Schindler” (1993) no hubiese pensado jamás: crear un dinosaurio híbrido para convertirlo en arma de guerra. ¡Ah!, y también la ridícula escena de la subasta, otro mamarracho que por suerte dura poco. Hacia el final, lo que termina instalando “Jurassic World: el reino caído” para las entregas venideras es un verdadero trampolín desde el cual todo se irá al carajo. Primero, por lo inabarcable del planteo, y segundo, porque también sería repetir lo que hizo Spileberg en la segunda. O sea más, mucho más, de lo mismo.