Franquicia Jurásica
Veintidós años luego de Jurassic World (Parque Jurásico, 1993) se estrena Jurassic World (Jurassic World, 2015), secuela que ignora el buen sentido común de los Dres. Grant, Satler y Malcolm y nos muestra por primera vez el parque de atracciones que soñó John Hammond (QEPD Richard Attenborough) en pleno funcionamiento. Si bien InGen no ha reparado en gastos, tampoco ha aprendido que la vida, eh, se abre camino.
En el año en que se ha estrenado la inmejorable Mad Max: Furia en el camino (Mad Max: Fury Road, 2015) vale preguntar: ¿es la cuarta y más reciente iteración de cierta histórica serie de películas igual de buena, incluso mejor que la primera? La respuesta, en el caso de Jurassic World (Jurassic World, 2015), es no. No posee la creatividad o el genio de la primera película, pero se ubica muy por encima de la tercera y más o menos a la altura de la segunda, que es a la que se parece más en términos de ambición (más dinosaurios, más gente, más muertes).
La pauta de la película es autorreferencial y delata las propias preocupaciones de sus productores: ¿cómo seguir atrayendo a un público que se ha acostumbrado a algo tan maravilloso como los dinosaurios? Para Claire Dearing (Bryce Dallas Howard), administradora de Mundo Jurásico, la respuesta es más, más, más: hacerlos más grandes, más feroces, con más dientes y más espinas. Los laboratorios de InGen le acaban de fabricar el primer híbrido genético, apodado “Indominus rex”, para contrarrestar la fluctuante concurrencia del parque (o la relevancia de Jurassic Park, para el caso). ¿Excitará a los niños? “Traumará a los padres,” le responden.
Es cuestión de tiempo para que la Indominus rex, chica astuta, escape de su contenedor y aterrorice al público de Jurassic World. La trama requiere que en el ojo de la tormenta se encuentren dos niños, ambos sobrinos de Claire, y que Claire aprenda a preocuparse por ellos mientras los busca con la ayuda de Owen Grady (Chris Pratt, sin su usual carisma). Owen cría y entrena velociraptores, y eventualmente cabalga con ellos hacia la batalla contra la Indominus, lo cual no es tan exhilarante como sugieren las imágenes promocionales. La Indominus, por cierto, tampoco se encuentra a la altura de las expectativas generadas por los personajes o la propia campaña publicitaria del film. No sólo no se ve ni hace nada muy novedoso, sino que posee el peso y la presencia de una imagen computarizada. Se extrañan los efectos prácticos de Stan Winston.
Dicho todo esto, la película cuenta una historia muy distinta a la típica fábula que castiga la intromisión del hombre en el orden de la naturaleza. Esta vez el eje del conflicto se centra en la humanización de los dinosaurios, y la posibilidad de una relación simbiótica entre seres humanos y lagartijas gigantes (en la medida en que sean criadas con un cariño y respeto que ningún reptil sabría identificar o reciprocar en primer lugar). El opuesto de Grady es Hoskins (Vincent D'Onofrio), quien especula con convertir a los dinosaurios en armas biológicas, una pésima idea que ubica a InGen a la altura de Weyland-Yutani o Umbrella Inc. La subtrama de InGen nunca cobra mucho sentido o importancia y terminada olvidada a un costado.
Humanizar a los dinosaurios – ponerlos en un mismo nivel cognitivo que el ser humano, robarles de su atemorizante bestialidad – es un error que ya se había cometido en la tercera película y que aquí se repite para bien o mal. Para muchos será un punto de contención, sobre todo cuando los velociraptores deben elegir entre la lealtad a su amo – con quien intercambian miradas sapientes – y hacia los demás dinosaurios. Para otros todo esto será irrelevante, porque no hace más que sentar base para duelos épicos diseñados para contestar fantasías infantiles que preguntan, ¿quién ganaría, un velociraptor o un híbrido genético?
Jurassic World es una película divertida acerca de dinosaurios rampantes que matan gente, cuando no entre sí. Pero no causa ni miedo ni asombro, principalmente porque los personajes jamás sienten miedo o asombro. Poseen demasiada agencia a lo largo de la película, nunca sentimos verdadero peligro. Por otra parte, la muerte de un personaje secundario en particular resulta inusual (y deliciosamente) cruel, como si el guión se desquitara con alguien a quien no se nos enseñó a odiar en primer lugar.
Esa muerte va con el tono indulgente de la película, la cual busca la satisfacción rápida y no tiene el tiempo o el talento para armar una escena tan intensa y que comunique tanto peligro como la primera vez que vemos al tiranosaurio en Jurassic Park. Si esa secuencia era el corazón de la película, Jurassic World no tiene corazón, porque todo ocurre en un mismo nivel de entretenimiento raudo y olvidable. Su objetivo ya no es producir temor, maravilla, curiosidad, inquietud o inspiración. Hoy en día películas como ésta (las de Marvel, o bien cualquier cosa que dirija Michael Bay) tienen un único objetivo: causar regocijo. Causarlo rápido. Causarlo seguido. Regocijaos.