El que no confía en el cine es Colin Trevorrow, director de la cuarta entrega de la franquicia Jurassic Park. Lo dice casi textualmente uno de sus personajes. Ahora en la isla Nublar funciona un parque de dinosaurios (aquel que soñó hace 22 años John Hammond) y los experimentos genéticos se intensificaron. “A la gente ya no la impresionan los dinosaurios”, dice Claire (Bryce Dallas Howard), la jefa de operaciones del parque. “Ahora quieren monstruos más grandes y más espectaculares.” Por eso crearon al Indominus Rex a partir de una mezcla de distintas clases de dinosaurios. El Indominus Rex se escapa y desatará el caos en la isla.
Pero no es cierto que a la gente ya no le impresionen los dinosaurios, como tampoco es cierto que hayan sido los dinosaurios lo que le impresionó a la gente que vio Jurassic Park cuando se estrenó en 1993. Sí es cierto que esa película inspiradísima de Steven Spielberg desató la dinomanía -como la Batman de Tim Burton había desatado la batimanía cuatro años antes-, pero esas son cosas que no tienen nada que ver con el cine. De hecho, una de las mejores escenas de Jurassic Park no tiene dinosaurios: es aquella en la que un auto sin conductor persigue al Dr. Alan Grant y a Tim árbol abajo. Una idea genial, dos personajes que nos importan y un montaje preciso. Me chupan un huevo los dinosaurios.
Hay otro momento de Jurassic Park que es interesante en otro sentido. Lex se refiere a un dinosaurio como un “monstruo” y el Dr. Alan Grant la corrige: “no son monstruos, son animales”. Porque Jurassic Park no era una película “de monstruos”. Jurassic World, en cambio, sí. Es una película de monstruos que incluso en gran parte de las escenas de acción pelean entre ellos y no contra un humano.
Quizás lo peor de Jurassic World sea la oportunidad perdida. Es cierto que Trevorrow no es Spielberg, pero Joe Johnston tampoco y había hecho una muy digna Jurassic Park III gracias al magnetismo de Sam Neill -o quizás simplemente amamos al Dr. Alan Grant- y a unas escenas de dinosaurio-ataca-humano muy entretenidas y ocurrentes. Y Jurassic World tenía algo a su favor: la idea de una isla repleta de gente podía engendrar grandes momentos. Pero la película tiene una primera mitad con personajes muy poco interesantes (Claire es el personaje que odia a los niños pero nada que ver con el Dr. Alan Grant; ¿mencioné que amo al Dr. Alan Grant?) y una segunda que, salvo un par de momentos, no es más que un show-off de CGI.
Viendo al monstruo acuático -de lo mejorcito- recordé Piraña (Alexandre Aja, 2011), una película de monstruos, con CGI, que es todo lo que esta película debería haber sido y no fue: un bloodfest autoparódico y salvaje. Si no vas a ser Spielberg, tenés que ser Piraña. Jurassic World no es ninguna de las dos cosas.