Atrápame si puedes
El desastre vuelve a ser protagonista del parque soñado por John Hammond y trae consigo al resto del elenco: los velociraptors, el Tiranosaurios Rex y los pájaros voladores. Todo más grande, más ruidoso y con muchos más dientes. También hay mucha más gente, más muertes y más espectacularidad acorde a los tiempos que corren. Hay que sorprender a los visitantes –para lo que se crea un dinosaurio alterado genéticamente– y la encargada del parque –esa barbie frígida que interpreta Bryce Dallas Howard– lo sabe. El director de Safety not Guaranteed –una película chiquita que hacía de los viajes en el tiempo su gran mcguffin para hablar de amor–, que hace su gigantosaurio debut en el mainstream, también es consciente de la necesidad de renovar para impresionarnos.
Parque Jurásico fue, es y siempre será una experiencia más grande que el cine, de esas que traspasan la pantalla y que parecieran conservarse en el tiempo como aquel mosquito fosilizado que aquí reaparece. Una de las virtudes de Mundo Jurásico es que no intenta superar la maestría con la que Spielberg resucitó a los dinosaurios por primera vez. Y, en ese sentido, funciona más como una extensión del universo creado por el fundador de DreamWorks que como una mera secuela. Por eso, Trevorrow se toma su tiempo para asegurarse de estar haciéndolo bien y la primera mitad de la película baila al ritmo de los Triceratops: la presentación de los personajes es larga y de trazo grueso, casi como si fuera un peso que debe cargar para luego embestirlo con las escenas de acción posteriores. Estos grandes momentos luminosos llegan primero en pequeñas manadas aisladas para convertirse en cuestión de segundos en una estampida cinematográfica que, a partir de la segunda mitad, nos transforma en presas de la emoción que transmiten las imágenes para luego tragarnos hacia dentro de la pantalla. Trevorrow demuestra que sabe moverse en el terreno de la acción y, con la inteligencia y la rapidez de un Velociraptor, crea escenas memorables. Cómo olvidar la caza encabezada por Chris Pratt a lo Indiana Jones guiando a una manada de los veloces depredadores, la corrida final de una Bryce Dallas Howard desaliñada, sucia de pies a cabeza pero con los tacos puestos y sosteniendo una bengala mientras es perseguida por el Tiranosaurio Rex o un mano a mano entre el Tiranosaurio y la Indominus Rex, filmado como si fueran dos kaijus rompiendo todo a mordiscos y pisotones.
Sí, es verdad que la película recicla una gran cantidad de elementos de sus antecesoras, pero Del Toro también lo había hecho cuando supo incorporar las tradiciones del mejor cine de aventuras (de la clase A a la Z) en Titanes del Pacífico para que volvamos a creer en el género. Bueno, Trevorrow tiene el sentido de la aventura bien aceitado. Entiende las reglas del juego y la diversión, por eso no se queda en el mero homenaje a ese universo que reaviva sino que se ubica en el punto justo entre el clasicismo y la autoconciencia, pero nunca en la canchereada, en la acción sin contenido o peor, sin emoción.
Mundo Jurásico propone una experiencia similar a la que ya nos había invitado el director en su opera prima: un viaje en el tiempo con la carga emocional que supone semejante aventura; personajes a los que la nostalgia agarra desprevenidos y les hace recordar lo que es importante. Para Trevorrow lo que importa es el cine y lo defiende con uñas y dientes.