Nuevas estrellas para el mismo show
El viejo Jurassic Park se convirtió en un parque temático al que acuden miles de familias, deseosas de ver a los dinosaurios en vivo y en directo. Para mantener el interés del público, a los genetistas se les ocurre crear una nueva criatura, el Indominus Rex, más feroz y peligroso que un tiranosaurio. El problema será controlarlo.
De movida, “Jurassic World” apunta que si algo nos distingue como especie es nuestra capacidad de aburrirnos. Los impactos son cada vez más efímeros en una sociedad urgida por consumir y descartar. Hasta de seres tan maravillosos como los dinosaurios podemos hastiarnos, así que la solución es subir la puesta. Mezclar genes como si de una salsa se tratara para concebir un bicho más grande, más fuerte, más aterrador. Así nace el Indominus Rex, algo así como un tiranosaurio dotado de los modos, la sagacidad y la rapidez de un velocirraptor. ¿Cómo contener a semejante fuerza (¿de la naturaleza?)?
La película de Colin Trevorrow, cuarta de la saga inaugurada hace 22 años por Steven Spielberg, es tan gigantesca como el Indominus Rex. Un espectáculo a la altura del parque temático instalado en la isla Nublar, la misma en la que todo se había desmadrado en el pasado. Pero hay medidas de seguridad suficientes para prevenir cualquier desastre. O al menos eso es lo que parece.
“Jurassic World” es un deslumbrante show visual, un juguete caro al que Industrial, Light & Magic le puso el corazón. Los dinosaurios lucen más variados, plásticos y perfectos que en las películas previas. Y hay peleas, persecuciones y suspenso, por supuesto.
Lo que le falta al filme de Trevorrow es magia. Spielberg lo hizo: aquella escena de Alan Grant y los chicos subidos a un árbol y empapados por el estornudo de un braquiosaurio valía la entrada. “Jurassic World” también tiene chicos y un héroe -Chris Pratt- convencido de que los velocirraptors pueden “domesticarse”. Pero no hay un personaje a la altura de Ian Malcolm (Jeff Goldblum), puro cinismo, inteligencia y valentía.
La trama es, básicamente, la misma de las películas anteriores. Todos sabemos que, en algún momento, los dinosaurios se van a rebelar. La cuestión es cómo y dónde pondrán garras a la obra. No hacía falta tanta cháchara sobre la potencial utilización de los bichos como armas de guerra. Tampoco suman los diálogos, en algún punto absurdos. Será también porque los personajes están pintados con trazos tan gruesos que parecen de principiante.
La gente muere y sufre en “Jurassic World”. Trevorrow no se priva de mostrar a los dinosaurios tragándose personas en primer plano. Hay algo de gore, sin exagerar, lo justo para que la calificación se ajuste a “para mayores de 13 años”. No es un espectáculo para chiquitos.
Las pinceladas nostálgicas van de una remera comprada en e-Bay a las repetidas referencias a John Hammond, creador del mundo jurásico que, 22 años después, sigue negándose a seguir las reglas dictadas por los inquietos y bulliciosos humanos.