No se lo puede culpar a Colin Trevorrow –un director con sólo una película en su haber, “Safety Not Guaranteed” (2012), bueno ahora son dos- por querer hacer el mejor esfuerzo y tener que, lamentablemente, tratar de llenar los zapatos de un tipo como Steven Spielberg. Ojo, esto último no sería estrictamente necesario si el realizador no se empecinara todo el tiempo en recordarnos que existió “Jurassic Park” (1993), sus escenas emblemáticas y, por supuesto, sus dinosaurios.
“Jurassic World - Mundo Jurásico” (2015) no oculta la referencia y el homenaje constante: lo explota. Tal vez se concentra demasiado en congraciar a la audiencia con lo conocido y se olvida de tomar vuelo propio a la hora de contar su propia historia. La sorpresa se pierde y, en definitiva, hacia el final de la película este chiste se desgasta. Cada vez que logramos engancharnos con esta nueva aventura y sus personajes, los realizadores nos tiran a la cara los vestigios del pasado.
Pasaron veintidós años desde los terribles sucesos de Jurassic Park. InGen siguió adelante con lo suyo y, finalmente, logró llevar a cabo los sueños de John Hammond. La Isla Nublar (Costa Rica) es el hogar de uno de los parques temáticos más visitados del mundo y su gran particularidad es que gira en torno a una gran variedad de especies de dinosaurios (¡vivos!) que volvieron a caminar sobre la Tierra después de más de 65 millones de años desde su extinción.
Para mantener el interés del público (y los números en verde), los administrativos del lugar deben asegurarse de incluir, de vez en cuando, alguna novedad “más grande, más feroz y con más dientes” que tendrá sus correspondientes patrocinadores. Bichitos productos de laboratorio y de ensaladas genéticas, cuyos resultados pueden ser impredecibles.
La nueva atracción está casi lista para salir a la cancha, pero antes hay que chequear unos detallecitos. Para ello, Claire Dearing (Bryce Dallas Howard), jefa de operaciones y científica corporativa, solicita la asistencia de Owen Grady (Chris Pratt), ex marine y “entrenador” de velociraptores, todo un experto en el comportamiento de los reptiles.
Estas tareas de último momento mantienen ocupadísima a la tía Claire, haciéndole imposible ocuparse de sus sobrinos que llegaron solitos hasta la isla para pasar unas semanas de vacaciones. Gray y Zach son chicos simpáticos e inteligentes, pero eso no asegura de que se metan en algún que otro problema.
Indominus Rex es el nombre del nuevo reptil estrella, una bestia enorme, salvaje e inteligente que esconde varios truquitos bajo las garras. La cosa es sencilla: la chica se escapa (obvio, es hembra) y empieza a descubrir cual es su lugar en la cadena alimenticia. Resulta que le gusta estar en lo alto y para ello mastica todo lo que encuentra a su paso, ya sea por apetito o pura diversión.
El argumento, de ahí en más, no es complicado. Todas las fuerzas se unen para encontrarla y frenarla antes de que se desate la tragedia con los visitantes que, si bien están en la otra punta de la Isla, pueden convertirse en almuerzo en menos de los que ruge un brontosaurio (suponiendo que rujan).
“Jurassic World” deja un poco de lado los dilemas éticos y morales científicos. Se supone que vienen resucitando dinosaurios desde hace una década, así que el tema de “el hombre jugando a ser Dios y metiéndose con la naturaleza” ya quedó zanjado desde hace rato. Acá entran otras cuestiones como los límites de esos experimentos o si estos bichitos son “productos” o seres vivos que deben ser tratados como tal. También hay un tercer uso, pero vamos a dejarles algo para que averigüen ustedes.
Como toda película fantástica de ciencia ficción, “Jurassic World” es imponente. La llegada al parque, las vistas panorámicas y la famosa musiquita de John Williams de fondo (esta vez totalmente homenajeada por el magistral Michael Giacchino) nos invitan a sumergirnos en la aventura atravesando las mismas puertas (y esto se aclara) que cruzaran Alan Grant, Ellie Sattler e Ian Malcolm hace más de dos décadas. Ahora todo funciona al cien por ciento y los visitantes tienen mil maneras de interactuar con las “atracciones”, una gran cruza entre un zoológico abierto, Mundo Marino y Disneylandia. Hasta que la codicia del ser humano lo hecha todo a perder.
Una vez más tenemos niños en peligro, pocos lugares donde esconderse y mucha sangre y tripa desparramada. Atrás quedaron las sutilezas de Spielberg y esa forma particular de presentarnos a sus criaturas. “Jurassic World” es exuberante y excesiva porque debe serlo para destacarse del resto e intentar contar algo nuevo, pero como una novia a punto de casarse, (al parecer) necesita algo viejo y algo prestado. Incluso hay algo azul en el medio.
Pratt deja un poco del encanto de Star-Lord por el camino y se convierte en el macho alfa de la manada que debe salvar el día. No es tan simpático como quisiéramos y hay cero química con Howard, que ya parece estar catalogada como esa mina fría y tensa que es más robot que ser humano.
Básicamente es un juego del gato y el ratón, pero con dinos y, créase o no, ellos no son lo más inverosímil del relato. El CGI está cuidado -aunque no “conmueve” como la cruza de animatronics y efectos del tío Steven-, así como el resto de la puesta en escena, pero no aporta nada nuevo a veinte años de proliferación de criaturas variadas.
“Jurassic World” termina siendo una combinación de “Alerta en lo Profundo” (Deep Blue Sea, 1999), Godzilla y, por supuesto, “Jurassic Park” de la que mama directamente como si fuera su única secuela que llega para desempolvar aquello que quedó abandonado veintidós años atrás.
La nostalgia, para algunos, no funcionará como tal, pero el espectador sin pretensiones y las nuevas generaciones deberían disfrutarla sin problemas como mero entretenimiento pasatista: balde de pochoclo en mano y anteojitos 3D, optativos.