En Jurassic World: Mundo Jurásico, los dinosaurios vuelven a ser el motor de una gran película de acción y aventuras.
Desde los comienzos de su carrera, Steven Spielberg entendió que el cine tenía que ser entretenimiento o no ser nada. Y así fundó, junto a su amigo George Lucas, el blockbuster (películas pochocleras) tal como lo conocemos hoy. Le hizo alineado y balanceado a un camión psicópata que se manejaba solo; luego se fue a pescar y nos trajo un escualo voraz cuyas mandíbulas masticaron el suspense patentado por Hitchcock hasta triturarlo. Después vinieron los extraterrestres y su tributo al sci-fi clase B que tanto supo ver en su infancia, seguido de la puesta en pantalla de las aventuras del arqueólogo mata-nazis y su saga; y finalmente creó a las criaturas prehistóricas de grandes ojos que van desde las más tiernas a las más agresivas: los dinosaurios.
Pero Spielberg tiene también toda una carrera como productor ejecutivo y la nueva Mundo jurásico –cuarta entrega de la saga- es su último y grandioso producto. Poco más de 20 años después de la apertura del mítico parque de diversiones ubicado en la isla de Nubar, Costa Rica, Jurassic World reabre las puertas para que sus monstruos vuelvan a pisar fuerte la taquilla y el corazón del espectador nostalgioso.
Esta vez redobló la apuesta. Los chicos y los grandes ya no se sorprenden con los dinosaurios, quienes pasaron a ser algo cotidiano. De lo que se trata ahora, para captar la atención y que el negocio pueda reactivarse con más fuerza, es de agrandar, multiplicar, pasar de ocho especies que había en la primera temporada, allá por el año 1992, a 14. Y la única manera de lograrlo es con intervención biotecnológica: experimentar en los laboratorios, crear una especie de dinosaurio que supere a los Velocirráptores y al temido Tiranosaurio Rex.
Es así que los científicos del lugar juntan células de muchas especies para darle vida al Indominus Rex, una verdadera máquina de matar: más inteligente, más fuerte, más veloz, más ágil, más malvado. Pero la gente del parque, comandada por Claire (Bryce Dallas Howard), una especie de gerenta general, no tiene mejor idea que criarlo en soledad, aislado, lo que es un peligro tremendo, ya que si el bicho se llega a escapar no va a quedar ni una mosca. Quien se encarga de avisar que lo del Indominus Rex es un peligro alarmante es Owen (Chris Pratt), el galán del filme, un experto en seguridad y entrenador de velocirráptores.
Y sí, Indominus se escapa y en su carrera asesina por devorarlo todo transforma a Mundo jurásico en una película de aventuras increíble. Hay por lo menos tres subtramas: la militar, con el grupo que quiere cazar al Indominus Rex; la amorosa, formada por los protagonistas principales (Owen y Claire); y la de los chicos con sus padres a punto de divorciarse que van a pasear por el parque jurásico.
Si bien la dirigió Colin Trevorrow, en Mundo jurásico está todo el universo de Spielberg: sus tics, sus movimientos de cámara, las miradas asombradas de sus personajes. La película no da vueltas y avanza. Los dinosaurios no tardan en aparecer y cuando lo hacen son para el deleite del público. La partitura de John WiIliams (suena apenas unos minutos) eriza la piel. Y el duelo final entre Indominus y Tiranosaurio es lo mejor que le pasó al cine en los últimos años. Con cada uno de los pasos desestabilizadores de estas dos bestias, el cine vive, el cine triunfa.