Es muy difícil separar al crítico objetivo del chico que creció con el cassette VHS color rosa de la Jurassic Park original. Aquel chico que creció sabiéndose todos los diálogos y escenas, sufrió cuando The Lost World no estuvo a la altura de las circunstancias y Jurassic Park III tan sólo fue un mero divertimento, alejada de lo que hizo tan icónica a la primera, la mejor de todas. Pero por algún lado se empieza, y el detalle es saber poner cada cosa en su lugar: Jurassic Park fue, es y será una excelente pieza de aventuras y ciencia ficción, que se ha ganado con el tiempo su lugar en el corazón de todos y cada uno de sus fanáticos. Es técnicamente improbable -e imposible ya- que algo supere la maestría de Steven Spielberg, pero las buenas intenciones y el apoyo coyuntural en la nostalgia hacen que Colin Trevorrow llegue más lejos con Jurassic World que lo que el mismo Spielberg intentó lograr al continuar la saga jurásica. Y eso es más que suficiente para evitar los baches en el camino de una entretenidísima continuación que finalmente nos muestra lo que tanto deseamos desde pequeños: un parque completamente funcional.
A diferencia de la corrida adrenalínica del 2000 con el Dr. Grant y su aventura por la Isla Sorna, Jurassic World se toma su buen tiempo para introducir a los personajes y al ambiente en el que se moverán. Es virtualmente imposible no lagrimear con la conocida fanfarria al sobrevolar la isla Nublar totalmente remasterizada, ni tampoco sentirse como un nene pequeño con todas las nuevas atracciones disponibles. Es ver el sueño del Señor Hammond cumplido, con todas las familias disfrutando de todos y cada uno de los detalles. Pero ya han pasado 22 años desde el incidente del Parque Jurásico y el factor sorpresa se ha ido perdiendo. Asiéndose firmemente de un metacomentario muy interesante que refleja el espacio de atención del espectador promedio, el afán de los nuevos creadores de idear un espectáculo más vistoso tiene sus terribles dividendos con la mutación genética y su insignia, el Indominus Rex. No pasa mucho tiempo hasta que todo se sale de control y la teoría del caos que alguna vez profesó el Doctor Malcolm se pone nuevamente en manifiesto. Y ahí es donde la verdadera fiesta comienza, pero no sin antes encontrarse con algunos problemas.
Habiendo padecido un desarrollo infernal hasta que vio la luz, Jurassic World se ve aquejada por una multitud de ideas que surgen de la combinación de varios guiones. La amalgama de ideas de Rick Jaffa y Amanda Silver, sumadas al nuevo libreto del director junto a su colega y colaborador Derek Connolly, logran que la historia sea un pastiche que no termina de convencer por el lado de los personajes, aquellos que vamos a ver sufrir en pantalla, ni por el lado de la trama, con un trasfondo militarizado para los dinosaurios que están siendo amaestrados, y los temas subyacentes de los valores familiares y el contraste entre personajes relajados y otros adustos y muy correctos. Trevorrow puede haber recibido el visto bueno de parte de Spielberg, pero definitivamente no es él, y se nota a la hora de producir un espectáculo de fuegos artificiales en donde los personajes deberían importar más.
Una película de la serie no es nada sin un protagonista masculino, una femenina y un par de jóvenes sueltos. Es una receta infalible de la saga y acá se cumple con el ex-militar devenido en domador de velocirraptores Owen de Chris Pratt, la jefa de operaciones Claire de Bryce Dallas Howard y sus sobrinos, los hermanos Zach y Gray de Nick Robinson y Ty Simpkins. Se agradece mucho que Pratt pueda medir su nivel histriónico y no repita lo hecho en Guardians of the Galaxy, y que Dallas Howard pueda ir despegando su personaje poco a poco de la corrección con la que comienza. En un verano boreal donde la Furiosa de Charlize Theron ha dominado el protagonismo femenino, es buena señal que el resto de las féminas pueda tener algo que hacer y no parecer damiselas en peligro. Los muchachos tienen la rivalidad fraternal perfecta, pero la historia de su fracturada familia poco y nada influye frente al frenesí reptiliano que les espera en el parque. El cuarteto es el centro neurálgico de la secuela, teniendo como figura antagonista a un convincente Vincent D'Onofrio que boga por un uso militar de los dinos, el alivio cómico de Jake Johnson como un operador técnico del parque que añora los días pasados, y el regreso del Doctor Wu de B.D. Wong, única cara conocida de la saga que tiene un papel agridulce en el marco general de la película.
Pero nada puede frenar el embate que surge de ver a los dinosaurios acechar poco a poco a los incautos visitantes del parque. La acción y la aventura depende del efecto dominó que se logra con las pobres decisiones surgidas de la desesperación de los personajes, ajenos a la idea de que la misma tragedia pueda volver a ocurrir. Eso, y que la amenaza del Indominus sea letal e imparable, producto de la modificación genética que sufrió al momento de su creación. Conforme cada revelación respecto de su naturaleza vaya teniendo lugar en la trama, más y más peligrosa se vuelve su existencia, y hará falta mucho para poder frenarlo, si es que eso sucede. A Jurassic World le faltan escenas tensas e icónicas como el ataque en la cocina de la primera parte o el trailer y el acantilado de la segunda, pero en general una vez que la acción toma su merecido lugar en pantalla, el desfile de efectos es abrumador, y cumple con creces lo que uno espera de la saga.
Tardó en llegar, pero el resultado está a la vista: Jurassic World es una fiesta nostálgica que reposiciona a la franquicia como una comodidad por fuera de los superhéroes que pueblan las pantallas hoy en día. Superando toda expectativa, es la mejor secuela hasta el momento y disfrutable al por mayor, siempre y cuando no se espere que alcance lo inalcanzable de la primera parte.