Lazos familiares
Raro el caso de Jurassic Park, una franquicia que parece destinada a estar integrada por una sola película que sirve como modelo a ser repetido, pero no continuado en una verdadera saga. No hay un crecimiento de los personajes a lo largo de las distintas entregas, como en Indiana Jones, sino más bien un mismo relato que se actualiza. Ni siquiera Steven Spielberg, quien supo concebir la maravilla que era el film inicial -un prodigio de entretenimiento, donde la posibilidad de descubrir adquiría características tan bellas como horrorosas-, fue capaz de hacer algo realmente progresivo e innovador con El mundo perdido, una película demasiado centrada en el personaje de Ian Malcom (Jeff Goldblum), que en Jurassic Park funcionaba adecuadamente como parte de una historia coral, pero que en esa segunda parte estaba realmente insoportable con su permanente bajada de línea pesimista.
Jurassic World se hace cargo en buena medida de que Jurassic Park es un film irrepetible, y que el impacto y fascinación que había creado no puede alcanzarse nuevamente. Lo hace desde la misma premisa, con ese parque de diversiones ya totalmente instalado y controlado, y la corporación tratando de crear nuevos dinosaurios a cada rato, para así renovar el interés del público -aunque claro, el experimento con un nuevo dinosaurio termine saliendo muy, muy mal-. Es una manera apenas encubierta de admitir que el espectador de los blockbusters ya no es el mismo de los noventa, que las cosas han cambiado y que las normas están ahora pautadas por tanques ruidosos como Transformers (oh casualidad, otra franquicia con Spielberg como productor ejecutivo). Pero aunque en cierto modo la cinta de Colin Trevorrow pareciera seguir los esquemas que componen a la serie de films dirigidos por Michael Bay -esto es, filmar la misma película una y otra vez, sólo que amplificando el impacto-, también aprovecha un factor que siempre distinguió a las diversas entregas de Jurassic Park y es su lectura sobre los vínculos familiares.
Es que si en Jurassic Park teníamos a Alan Grant (Sam Neill) aprendiendo a vincularse con unos niños a los que inicialmente no soporta; luego a Malcom, en El mundo perdido, buscando reconstruir su relación con su novia y su hija; y a Paul y Amanda Kirby (William H. Macy y Téa Leoni) en Jurassic Park III intentando rescatar a su hijo y de paso su matrimonio; lo que se nos presenta en Jurassic World es Claire (Bryce Dallas Howard), la jefa operativa del parque, en un curso intensivo de maternidad sustituta con sus dos sobrinos que se perdieron en el medio del caos, pero también de recomposición de lazos de pareja con Owen (Chris Pratt), un empleado del parque que tiene algo del personaje de Grant pero principalmente de Indiana Jones (por algo, según dicen, Spielberg quiere que Pratt sea el reemplazante de Harrison Ford).
Había muchas cosas mágicas en Jurassic Park y una era que a pesar de que el conflicto tardaba unos cuantos minutos en estallar, la pulsión por el descubrimiento, la exploración y la anticipación por lo que venía llevaban a que desde el minuto uno el film estuviera en constante movimiento, sin parar de avanzar. Esa magia no está en Jurassic World, a pesar de que Trevorrow le ponga toda la garra para que eso suceda, con una puesta en escena fluida desde el uso del espacio y un inteligente uso del fuera de campo para crear curiosidad. El film se pone realmente en movimiento, empieza a ir bien para adelante, de la manera más spielberguiana posible, en cuanto encuentra su línea narrativa central. Eso se nota principalmente con los personajes de los niños: al comienzo interesa poco lo que les pasa con sus padres o entre ellos, pero comienza a importar sus destinos en cuanto se desata la anarquía en el parque.
En consecuencia, Jurassic World es una película que crece en la medida que recurre cada vez menos a los discursos sobre los peligros de la ciencia y más a la pura aventura, a los vínculos humanos que se solidifican en el medio de la acción, al intercambio que va de lo sangriento a lo afectivo entre humanos y animales. Ahí tenemos, por ejemplo, un momento muy particular donde muere un dinosaurio que es de genuina emoción porque claro, los personajes ya se hacen cargo del mundo que habitan, de la naturaleza que los rodea, de lo que implican la vida o la muerte. En ese sentir, alejado de las reflexiones y palabras más obvias, es donde Jurassic World se consolida como noble entretenimiento y hasta crece ligeramente en el recuerdo.