Opuestos perfectos y complementarios.
La historia de un adolescente poco popular de un pueblito inglés que ve corporizadas sus fantasías en un nuevo vecino que le propone tips para salir de perdedor le permite a Roberts hilvanar una historia de duplicidades extraña y sugerente.
Aunque lo más fácil es decir que Just Jim –ópera prima como director del joven actor británico Craig Roberts– se trata de la historia del adolescente menos popular de uno de esos pueblitos pintorescos del interior de Inglaterra, ése al que todos sus compañeros toman de punto y que ni siquiera en su propia casa se siente ni atendido ni comprendido, la realidad es que esa sinopsis básica sólo representa la superficie visible del iceberg narrativo de la película. Just Jim es también una visita a la mente torturada y tortuosa del joven Jim, hijo de dos padres que han puesto toda su libido parental en su hija mayor, para quienes el menor es un bicho extraño al qué no tienen ni idea de cómo tratar y en quien sus compañeros de escuela sólo encuentran la cabeza de turco perfecta para tratar de sacarse el tedio de la mediocre vida pueblerina. Un recorrido por la galería de fantasías adolescentes creadas por el propio Jim para rellenar los huecos de una realidad dolorosa, en la que siempre le tocan los papeles del raro, el ignorado y la víctima.
Sin embargo, Just Jim está lejos de aceptar las opciones ya transitadas, como la del retrato cáustico de los atormentados por el bullying al estilo Elefante (2003), de Gus Van Sant; o de regodearse en la enumeración de los tormentos a los que su protagonista es sometido, como en Ben X (2007) del belga Nic Balthazar; o de explotar a fondo un humor negrísimo como ya hizo Matt Johnson en The Dirties (2013). Aunque Just Jim es un revuelto en el que conviven en potente armonía el drama sotto voce, el humor más seco de la tradición británica y cierto suspenso expresionista al estilo David Lynch, entre todos esos elementos se destaca el camino borgeano de “El Sur”. Es decir, la corporización de una fantasía que le permite al protagonista alterar algunos detalles de su propia historia, para poder enfrentarla de manera más digna y hacer menos doloroso el destino que le ha tocado en suerte. Si en el cuento de Borges en medio de un delirio afiebrado Juan Dahlmann se imaginaba a sí mismo enfrentando, armado sólo con un puñal, a la mismísima muerte travestida en la figura de un gaucho cuchillero, en la película de Roberts Jim se adhiere a la presencia de su nuevo vecino, un estadounidense buen mozo, canchero y carismático que le propone una serie de tips para salir del rol de perdedor que el chico ha ocupado toda su vida. Los resultados finales de esta operación, claro, son bien distintos en cada caso.
La figura del doble tiene un lugar destacado en la estructura de Just Jim, en tanto Dean representa el opuesto perfecto y complementario del protagonista, construido a imagen y semejanza de los héroes icónicos del cine clásico estadounidense, del cual el propio Jim es un voraz consumidor. Incluso el nombre de este nuevo amigo, Dean, remite a ese imaginario de joven rebelde hollywodense que Emile Hirsch representa con eficacia. A tal punto se complementan por oposición ambos personajes, que no resultará extraño que en algún momento los roles comiencen a invertirse. Una vez que Jim se ha convertido en la viva imagen de su mentor, será Dean el que comience a usurpar el lugar de hijo perfecto que el protagonista nunca consiguió ocupar en el corazón de sus padres. Si la figura del doble ya parece una referencia ineludiblemente freudiana, la sutil encarnación del deseo, la ubicuidad de lo onírico, la posibilidad del incesto y la humillación del padre, instancias tramitadas a partir de la aparición de ese otro idílico, confirman las ambiciones como director y guionista del joven Roberts.
Y como intérprete, por supuesto, en tanto es el propio Roberts, antes actor que director, quien le presta su cuerpo al atribulado Jim, dotándolo de una nutrida caja de herramientas dramáticas que afortunadamente abrevan en un registro minimalista, rico en expresiones sutiles, en gestos capaces de enunciar sin palabras y oportunas explosiones de energía liberadas en el momento indicado. Y si bien este tipo de duplicidades no son un argumento infrecuente –David Fincher en El club de la pelea y al argentino Daniel de la Vega en Hermanos de sangre, sólo por citar dos ejemplos, han jugado con él–, Roberts consigue hilvanar una versión lo suficientemente extraña y sugerente como para hacer que la experiencia de Just Jim valga la pena.